
La Inocente
En “la Cubana”
Como de costumbre por aquellas fechas, los clientes guardaban cola para adquirir las golosinas propias de la Navidad.
Importunaba a la sazón al empleado, una señora metida en años, que pintaba sombras llamativas de color azul brillante en los avejentados párpados, que trataba de disimular con un sombreado artificial, y largas pestañas postizas baratas; un cuerpo de pinos llenos, cabellos sueltos y todavía negros, a pesar de los años que parecía haber aprovechado bien, en caminos tortuosos de su particular avatar. Vestía unos abalorios de quincalla, también, baratos, los cuales colgaban aparatosamente hasta por debajo de un abundante busto, y envuelta en un vestido oscuro y demodé, que, por su reiterada exigencia, demostraba mantener una cordial confianza y muy añeja con el empleado de la tienda.
- Vamo, Miguéee, ¿ Me va ha da el pino ?
- Si te portas bien…ya lo pensaré. ¿ Vas a poner un jardín en tu patio?
- ya veré, al final de la Navidad, si te portas bien.
- Manuée se porta mejóo que túu! Tu no me díhte un “hueso-de-santo”!
- ¿ Por qué no eligió algo mejor del santo, señora? -intervine con el fin de salvar al empleado.
- Ja Ja Ja. Eso, eso ¡ un trozo de carne ! Se carcajeó Miguel.
- ¡Un solomillo ! Ja,Ja,Ja – volvió a desternillarse el dependiente
Atiende Miguel a otra cliente, que le demanda si las ensaimadas son de un día para otro, a lo cual el simpático Miguel, intentando defender los intereses del negocio, responde con la soltura que da el oficio:
- ¡ El único que está “de un día para otro” soy yo, que llevo detrás del cañón veinticinco años !
- Güeno, Miguée, ¿me va ha da el pino? Insistía la señora de negro.
- No, ¡ si mi pino te lo vas a llevar, antes o después! terminó de apuntillar a la exigente señora.
Pero ya se ha terminado?