
Mi llegada al Internado del Colegio Corazón de María de Don Benito. Octubre 1957
***(XI)
A mi, lo que más me gustaba de los mayores era su cinturón de material con hebilla reluciente, que brillaban como el oro si les daba e sol, y resplandecían con los destellos de las lámparas esféricas del comedor y de la sala de estudio.
Yo creo que se contoneaban y golpeaban las baldosas con unas botas altas de material y suelas de clavos para sentirse diferentes; lo cual les hacían mucho más envidiados por los novatos, y admirados por las niñas que al pasar cuchicheaban de cosas indecentes, que el Padre Picota y el Padre Pitillo, aunque las oían, no se atrevían a repetirlas.
-“Hay cosas que los mayores, por ser mayores, sabemos, y, que los jóvenes por ser jóvenes no les conviene saber”-decía el padre Matías, que hacía de director.
-“Esa frase no está en en el Evangelio de San Lucas; es de Antonio Machado”- le corrigió el padre Sarmiento, que escribía en el diario regional.
-“No quiero discutir, padre, pero la frase es mía. ¡Que se entere, por Dios!
Un alumno de Séptimo había oído la discusión a través de la ventana que daba al refectorio de los padres desde el patio, durante la cena del domingo, y los compañeros de curso se sintieron escandalizados al oír la historia de boca del Chato, muy popular entre los colegiales por sus habilidades jugando al fútbol, de extremo izquierdo, y Martínez su compañero de pupitre se partía de risa. No cabía en sus almas pueriles que los padres hablaran de porquerías humanas.
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