
La esperanza de vencer a la Peste se desvaneció…( Continuación)
Amelie no encontró dificultad en percibir en mi mirada que el abrigo de color rosa pálido y, de botones nacarados que abotonaban cruzado en el pecho, desprendía un interés extraordinario por su camisa blanca, que ponía al descubierto la insinuante exposición de uno de sus pechos, que, con disimulado atrevimiento hacía de reclamo a su incipiente atractivo por la templada exhibición de su prístina adolescencia.
-Mi madre es la culpable. Me la probé un poco exigua al cierre; y aunque la consideré atrevida, pero cómoda, su mirada me insinuaba que me convenía tenerla, puesto que realzaba mi busto más lejos de sus deseos.
Aquella tarde noche el dr. Rieux se echó a sus espaldas la responsabilidad de llevar a Grand, consciente de que no tenía a nadie, a su propia casa.
Una vez y la siguiente le recordaba que no se trataba de una corazonada romántica el hecho de traer a la memoria el trance trágico por el cual transitaban los ciudadanos de Orán, sino la circunstancia de la que no nos libraríamos, si nos sucediera lo mismo…