By: juanrico

Feb 18 2017

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Viajar en tren

Un bolero. Bésame mucho. Una excursión de jóvenes estudiantes italianos alimentan con sus sonrisas, sus cándidas miradas, y su felicidad del momento que se desborda por los inocentes labios, todavía a las puertas de abrirse a la ilusión de cumplirse la esperanza que no tardará en llegar. 

La piel prístina de la inocencia no necesita el retoque del botox que soslaye el implacable paso de los años. Algunas adolescentes, no satisfechas con la atracción envidiable de su natural complexión, se aventuran a disfrazar el color rosado de sus labios con el rojo cálido de la edad madura. Tal vez su deseo no puede soportar la ternura que la corta edad conlleva.

El acento de la Toscana les delata que vienen de Milano. No se sienten concernidos con el traqueteo de unos viejos raíles que delatan la región que les acompaña en el trayecto. Es tan poderosa su cándida dicha que no les deja margen a la lentitud del comboy. Entre la algarada sostenida del grupo, que nunca sobrepasa los límites de la buena educación, y el saber estar, y sus guiños al momento feliz que el día les ofrece, el espacio se abre en una envidiable abrazo de la civilización mediterránea.

Dejan al compartimento del tren sombrío, sin atropellamiento, sin prisas alocadas, en un orden preestablecido, ajenos a las cigüeñas altaneras que vigilan desde la atalaya del Puente Los Milagros el paso del tren parsimonioso de nuestra ruta a la capital de la nación española. Viajan solos, sin profesor o guía que les acompañen. La capital de la Lusitana Ulterior les espera.

“La lune a travèrs les nouages…Je t´aime le temp, je t´ aime…( Canta Mirelle Mathie – Caruso- en mis oídos)