
Desde Médano, a orillas de la playa en Islantilla ( agosto 2015)
Endimión y Selene se disputaban el servicio a los clientes del Médano; rozaban sus cuerpos jóvenes en el fragor de cumplir con su cometido, de acuerdo con las exigencias del jefe, que observaba con desmesurado celo el balanceo de los frágiles cuerpos de sus empleados…
Selene, después de su jornada de camarera en El Médano, al borde del mar en Islantilla, donde solíamos solazarnos al compás de los acordes del jaz moderno que, Selene, solícita complacía mis requerimientos, soñaba con despertar a Endimión, aún en profundo sueño dentro de su cueva de amor, con el roce de sus labios con los suyos a la luz de la clara luna, consiguió de Zeus la inmortalidad del apolíneo galán con el que retozar eternamente…
Selene era una hermosa camarera, de ojos de mirar negro de deseo profundo, cuya bella cabellera se desplomaba sobre sus hombros de delicada feminidad, a la que distorsionaba el tatuaje de un dragón de flamígera lengua sobre la piel sedosa del brazo derecho, al que Endimión, convertido en el emperador Alejandro, prometió que decapitaría al mito de la lengua de fuego, con la espada de sus conquistas la primera noche de amor loco.
Desafortunadamente, a Selene le venció el contrato temporal el treinta y uno de Agosto, y Alejandro siguió el mismo destino.
No sé quién es Sypras, ni me interesa Syrisa, sólo del griego conozco el yogurt y la inclinación de los helenos por el heterodoxo modo de practicar la coyunda, reconocía Alejandro una tarde torna soleada de julio.