
El bar Chupito
Siempre me veían sentado, sobre las incómodas aneas de un viejo butacón; siempre con la mirada de anciano, perdida, sobre la curva que dobla la esquina de mi establecimiento; como centinela que va sumando uno por uno los colores, las marcas y las placas de los vehículos que se pierden ante mis ojos, unos hacia la derecha, otros hacia la izquierda; a veces me esforzaba en descubrir a los que iban dentro: ¡ qué simple es la vida del centinela que llevo dentro! a cuya melancolía ha prestado oído mi pauperrima conciencia…pero cuando pasa ante mis ojos un automóvil, del cual conozco al dueño, me asalta a la memoria aquellos inolvidables días, aquellos felices tiempos; y mis labios vacilantes llevan a mi memoria un tic de alegría y una mueca de dolor al mismo tiempo, que apagaban mi sonrisa sin ensombrecer mi vulgar aspecto.
¡ Qué bien sobrellevaba mi historia, mi fútil periplo desde el retorno de Alemania hasta estos días !
Repaso con atención aquellas noches de sábado en invierno, aquellas veladas de baile, que, al amparo de la luz rosa de mi taberna, las jóvenes parejas se entregaban fervorosos y apasionados a los escarceos y las caricias, con arrumacos y embelecos, sin palabras y sin gestos, clavando sus ojos en sus ojos, rebuscando lo que llevan dentro, mientras percutía el compás de melodías que el buen sentido de mi negocio había dispuesto.
Mientras tanto, me perdía entre los entresijos de mis recuerdos en Alemania, que, a través de la mirilla, que había dispuesto para adentrarme en los sueños de Efebo, contemplando cómo los jóvenes enamorados correspondían a los deseos de Apolo y Afrodita en el Olimpo, me brotaban de lo más profundo de mi memoria, dándoles vida, participando de las caricias a las que los jóvenes se entregaban sin recato en aquellas noches de lluvia oscura e invierno , que se reflejaba en los guijarros del empedrado de las sinuosas y desiertas callejuelas del pueblo…
¡ Qué hermosos son los sueños, especialmente aquellos que dan vida a un pasado, del presente hecho !
¡ Cómo entrelazaban sus brazos, qué apasionados besos de sus labios, cuya húmeda pasión se mezclaba entre la inocente vaguedad de la lujuria y la feliz melancolía de un apasionado momento, cómo se intercambiaban besos aquellos jóvenes de otros tiempos !
-¡ Vamos, deja de fisgonear a los jóvenes y llena los vasos de vino, ya secos ! -gritaba mi mujer, que se afanaba en la cocina, allá muy dentro, mientras el alcalde pasaba de vaso vacío a vaso lleno,también al baile como testigo asistía,que con melancolía y mohíno entraba hasta muy adentro.