
Continúan las aventuras de los tres lebreles después de la matanza (VII)
No se les había pasado por alto a los tres lebreles que la Navidad se acercaba, y el espeso olor a tocino fresco, a cebollas, a ajo, a repollos, a pimentón, a patatas cocidas, a coles, y a sangre cuajada de cerdo, que había circulado por las casas donde la matanza había dado a su fin…que los pobres de verdad con un alcuza en la mano iban de puerta en puerta, pidiendo por dios un poco de caldo de pimentón y un hueso con el que sazonar las migas y el puchero el día de Nochebuena; sin embargo, no olvidarían la alegría que les producía el vaso de aguardiente, rebajado con agua, la popular “palomita”, y los roscones de vino, a cuya invitación nunca hicieron ascos, cada vez que se la ofrecían de casa en casa; sin olvidar el cuchicheo de los generosos anfitriones, que, entre dientes socarronamente relataban que bien gorda se iban a coger la tranca; sin echar en falta la invitación a empinar el porrón de tinto de pitarra, que por saber a mostela estiraban el brazo hasta por encima de sus cabezas…
-“Lolo, os vais a coger una borrachera tan grande como las habituales de Placidillo, que por estar siempre piripi no la suelta ni en los días de mucho calor”-advirtió el Monazillo, por ser el más hombretón de los tres por edad.
-“que yo, empuño el porrón con las migas, y vosotros no estáis hechos a eso; que mi papa me enseñó desde antes de hacer La Comunión, y, que daba fuerzas para engarzar la yunta y arar de verdad…”
-“! Cómo te las sacas del polvo, Monazillo; mientes más que miras¡”-le reprochó el Pecas…
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