
Al otro lado del tiempo. La matanza (continuación II)
Aquella mañana de diciembre me despertaron los gruñidos de un verraco herido de muerte, que entregaba su último aliento al matarife , el tío Sioro, del que el magiar se había escapado de su entrepiernas y de su imponente faca de matarife profesional. A pesar de mis pocos años, pues a penas me faltaban unos meses para la Primera Comunión, salté de la cama para no perderme las últimas cucharadas de migas del caldero, que los “matanceros” se habían propuesto acabar ayudados por el torrezno asado a la lumbre, las sardinas dé Hilario y las ruedas del porrón de vino tinto de la pitarra del último noviembre, del cual algunos se daban la destreza de levantar el chorro de vino hasta oír de los demás un “ya vale”con la finalidad de que corriera el turno…En realidad, sólo me quedaron las sobras de migas “canas” a las que se les solía bautizar en leche fresca de cabra, con sabor a calostros.
Aunque no les esperaba, el Monazillo se hizo presente con el fin de unirse al banquete de migas, en compañía del Lolo, para a continuación, esperar participar del solomillo asado, una vez que el veterinario, don Ángel, había certificado que el gocho sacrificado estaba libre de la Peste Porcina…
-“¿ sos venís a dar una vuelta y emborracharnos de vino, y hartarnos de carne asá?”-nos invitó el Monacillo al Lolo y a mí a hacer la ronda por las casas que estaban de matanza!…
-María, saca la bota de vino, que te se va a poner la chicha rancia!- gritaban los tres peleles al porrear las puertas de los vecinos que celebraban la m