
La esperanza de vencer a la peste se desvanecía ( Continuación)
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Sus tiernos y cálidos antebrazos se entrelazaban, al tiempo que mis dedos y los de Amelie crujían como grilletes, prisioneros de la ilusión que impedía a la noche cubrir de estrellas aquel crepúsculo de Julio, cuando aún las Espérides no habían lanzado la carrera intrépida de la cálida noche de San Lorenzo, intentando que la ternura de la noche se entremezclara con el seductor fresco del amanecer.
Un carraspeo hosco y profundo del interior de la casa de Amelie se repitió varias veces con tanta insistencia que Amelie juntó su ternura a la piel de mi rostro en señal de despedida…