
Al otro lado del tiempo. El Monazillo sangra por la pedrada. (Continuación)
Alarmado por el relato de la dos rapaces, se apresuró a comunicarle la fechoría a don Alfred Hitchot, que, al no encontrase en aquel momento en el Consistorio, decidió hacerse acompañar del municipal escuálido, el popular Zorrero, por ser descendiente del pueblo vecino…
-convendría que el Romillo nos acompañara con su burra, por si hay necesidad de transportar el cadáver del Monazillo a lomos.
-No tenga reparos, don Alfred, que estoy seguro, si es verdad todo lo que dicen estos mocosos; que al Monazillo no le ha dado tiempo a desangrarse -recapacitaba Antonio, el Zorrero, muy convencido de su argumento.
Sin pensarlo otra vez, el edil y el aguacil pegaron a la puerta del Romillo, que, solícito aparejó la jumenta, y en un santiamén se espetaron en la Viña Romero, a donde ya el Pecas y el Lolo se habían adelantado a la comitiva, a la que se habían unido el padre del Monazillo, muy alarmado por la noticia; además de Manolito, preocupado por lo que pudiera haber ocurrido, y Antonio, el teniente alcalde, amigo de don Alfred, y padre del Pecas, con el que había entablado una perorata bastante conminatoria…
-No te voy a consentir que en lo sucesivo te vayas, sin mi permiso, de golfería, como un vulgar desarrapado -recibió el Pecas con palabras de pocos amigo la reprimenda de su progenitor.
-!Que no se ha muero el Monazillo¡ ¡ que está fresco como una sardina¡- oyó la comitiva los chillidos de los dos rapaces , chapoteando en el charco del arroyo, donde le dieron la pedrada al Monazillo.