
La esperanza de derrotar a la peste volvía a los ciudadanos de Orán…( continuación)
Rambert había visto a Philip Grand caminar dando tumbos por la ciudad, al que el dr.Rieux encontró llorado frente a la luna de un escaparate. Seguramente recordaba a Louise, a su prometida, el día que le confesó que quería casarse con ella cuando le cogió la mano por primera vez.
-No te acerques, doctor ! – le rogó al doctor, convencido que estaba infectado…
Después de haberse trajinado el primer chato con casera, la reunión se sintió libre para reprocharme que no dejara de referirme a la novela de Albert Camús, dando pie a justificarme por mi obstinado recurso a la misma.
Casi podía recitar en francés párrafos enteros…Estaba convencido que Amelie se sentía concernida no tanto por la trama como por la semblanza y comentarios que yo mismo relataba de la obra del genuino A. Camús. También podría colegir que Juliana, Manoli, María la Deliciosa y todas las demás preferirían soñar mejor con el galán que algún día las cortejara que con la tragedia de la peste del cólera en Orán.
El Curiana, el Yayo, Luisito, Pedrito y Juanito bebían con fruición los vinos con casera que Santiago les había servido con anterioridad, mientras ponían oído al relato que continuaba recitando sobre La Peste, sin perder puntada sobre los avances de mi aproximación a Amelie.
-! Como no sos deis prisa en apurar el vino va a ponerse caliente, y vais a tener que poner hielo¡ – les invitaba el tabernero a consumir más con su interesada observación.
-¡ diles a las de esa mesa que espabilen también, y cuchicheen menos¡ – le replicó el Yayo a Santiago, el tabernero.
Todos conocieron las intenciones interesadas del tabernero, aunque ellos estaban convencidos de no sobrepasar los límites de cinco pavos de la asignación de la semana.