
La boda (III ) continuación
Treinta duros me he gastao en la tienda del ebanista de Quintana !” – exclamaba el padre de Isabel, henchido de orgullo, para añadir seguidamente que la niña se había llevado la cosecha de la uva de aquel año.
-“¡Menos lobos!”, respondía el consuegro con un tono de incredulidad, que bajarían los humos de soberbia al padre de Isabel.
-Sí, créetelo, Fulgencio: treinta serones de uva tinta, de la viña Las Payas, veinticinco banastas de uva Montúa del Torilejo, cincuenta serones de la Pedro Jiménez de la Viña Romero, y veinticinco de la Ojogallo sin contar con las diez de Bolba y Puntagusanillo del Lejío. Un cosechón este año, a causa de las aguas a su tiempo.
-Lo que tú digas, Demetrio. Lo dijo Blas, punto redondo¡
Presumía la novia que los tirabuzones, que con tanto primor la peluquera Luisa había puesto en su confección, iban a ser deshechos entre los brazos apasionados de su esposo la misma noche, después del ágape en los altos del casino de Juan de Martos…