
Una Navidad en la Malpartida de los 60só
Erase una vez, una vez de aquellos años, ya tan lejos de tus ojos, tus oídos y entendederas, cuando el ritmo de los Beatles rondaba por los guateques, por las discotecas – la de Los Robles, en Villanueva, a la que las madres de las hijas del pueblo le tenían prohibido frecuentar, por el pábulo de que allí metían pastillas en las bebidas, y los mozos podían hacer con ellas lo que les viniera en gana.
La casa de los maestros, sin habitar, la de Donluis, especialmente, venía ni que a pelo como el mejor cobijo para bailar, abrazar, besar y achuchar a la prójima o al prójimo, al ritmo de la música y letras románticas de Mat Monroe o Julio Iglesias o Los Brincos…
Sólo se bebía Coca-Cola o refrescos; si alguno o alguna necesitaba más combustible, en el Casino te servía La Frasca lo que te apeteciera, o si necesitabas más intimidad, en casa la Cándida te servía el brebaje más de moda – un barbitúrico -jimtonic, que Juan del Pintao importó de Salamanca.
Si te llevabas bien, quiero decir, si eras muy amigo de Marialuisa, podías ser invitado a subir a su mil cuatrocientos de color rojo, y escaparte a Castuera o a los Robles, en secreto, y así cambiar de ambiente.
Aunque Emilios se había comprado un cuatro latas, sólo las afortunadas tenían el privilegio de ser invitado en su calesa, que se había mercado flamante, con el rapel de la reparación del tejado de la iglesia.
Siempre fue generoso, y nos prestaba el picú, – con el que se valía para tocar las campanas, y no obligarse a menear el badajo en el campanario,- para abrazar y besar y bailar al ritmo del jazz moderno de Van Morrison, y sus románticas melodías.
Sin embargo eran las canciones románticas de Adamo las que mejor le traían a su memoria el día de la gira en los brazos de la prima de Cloe, revolcándose encima de ella en la hierba…
Emilio, que había comprado un R4, de segunda mano, y de color turquesa, cuando regresó de Stuttgart, la usaba como medio para su trabajo, reparar televisores en blanco y negro, y, a veces, para escarceos en los brazos de Eros…
Sorprendía que el cura se invitara a los guateques. El picú era suyo. Había que moderarse, ante la presencia del prelado, que no quitaba los ojos de encima a la prima de Cloe, que movía sus caderas con frenéticos movimientos.
Aquella Navidad significó en gran medida un inmejorable estado de gracia para algunas amigas. Marquito, que acababa de colgar los hábitos carmelitas, buscaba novia: empezó a hacerle ojitos a alguna, pero no cuajó el intento. Emilio, que había roto el compromiso de un rollo “embotellado”, su presencia en el güateque animaba la reunión, y las expectativas de algunas mozas se incrementaron.
Los Pedritos, los Juanitos, los Luisitos, los Antoñitos, el Lolo, el Monazillo, Marquitos, Emilio… competían por partir pareja con La Paquita, la Mari, la Manoli, la Toñi, la Juani, la Julia, la Sari, la Flori, la Paqui, la Ventura, la Maridulce, la Basi, la Sacri…
Si no se celebraba la Misa del Gallo ( ¿por qué del Gallo y no la Gallina) Es una Misa machista. Si no hubiera misa del gallo- ! no parecía Navidad¡ Además el guisao se toma en casa de uno. Y si no, con unas peladillas en el Casino, aunque como se trata de la Vigilia de Navidad,era preceptivo ayunar, para después hartarse de guiso de castañas para los pobres, natillas y arroz con leche; nada de gambas, ni jamón, ni pavos, ni pollos ni pollitas. Ensaladas de lechugas. Frugalidad obligada.
Y faltaba el “alcahuete “ -El móvil- en las mesas. La televisión en color o en blanco y negro. Y el discurso de Franco: una suerte.