
Halloween en el pueblo.
Aunque estoy entre los que creen que nuestra tradición cristiana de honrar a nuestros muertos el día de todos Los Santos y de todos los difuntos, llevando altares de flores en su memoria, que es nuestro recuerdo, al pie de las tumbas, junto a los nichos, encendiendo lámparas de aceite o cera a su lado, como si quisiéramos que sus almas dieran signos de inmortalidad en un suspiro, despertando nuestra generosidad con gladiolos, rosas, claveles, margaritas y pensamientos, en abierta competencia con la tumba del vecino, conscientes que nuestros huesos macilentos se unirán un día a sus cenizas; y por todo eso, inconscientemente, asumimos nuestro último destino, no importándonos que nuestra vanidad desborde a nuestra generosidad en el camposanto en estas manifestaciones, y los ex votos.
Sin embargo, la fiesta de Halloween, de tradición céltica me resulta menos dramática, y festiva, cuando se caricaturiza el miedo a la muerte, tan reiterativo en la cultura Cristiana , haciendo burlas de la Parca, a la que los niños llevan de un lado a otro, en forma de calabaza, o bien vistiendo un disfraz de un esqueleto con calaveras, irrumpiendo en las casas, a modo de asustar a otros niños con el conocido “ truco o trato”, con el objeto de conseguir algunos caramelillos, cuyo juego me recuerda las matanzas de mi pueblo, cuando, nos llegaba la noticia de que tal o cual familia procedía a su ejecución, y a las puertas entonábamos el tradicional – saca Maria la bota que me voy a emborrachar; con la pueril maldición de “ que se te ponga la chicha rancia” en respuesta a la falta de generosidad.
Según la tradición céltica, los disfraces pretenden despistar a la Parca, para que no le sea fácil elegir la víctima.