
Cuento navideño
Por aquellos alejados collados, entre dos portentosos repliegues montañosos que señalan el norte y el oeste, y contornean el horizonte abigarrado de luz y gris, que nos abrigan del húmedo ábrego y del frío mistral del norte respectivamente, perfora -con su lacerante daga el cerúleo amanecer de invierno y las grises nubes del impávido otoño- la más desafiante de las cimas naturales de aquella inhóspita, mas por otra parte una entrañable estepa de bosque mediterráneo. Montañas que fueron un día cobijo de tu infancia -escenario hoy de ya lejanos sueños.
Las recortan por sus laderas sendos torrentes de turbias aguas, de musical susurro de aguas de cristal, en cambio, en primavera, donde habitan endémicos algún tipo de quelones y verdosos batracios que nos hacían las delicias sorprenderlos entre las algas dulces del arroyo o los bayuncales y las juncias, y al atardecer con su pertinaz croar ; y el ronco discurrir ocre y torrencial su turbia y desafiante arrogancia en otoño, cuyos caudalosos cauces arrollan a su paso los troncos de vegetación inertes, y en la superficie de sus ya tranquilas aguas alguna res descubre su hinchado vientre.
…Aquellas enfurecidas aguas del pardo otoño atronaban a lo largo de su angosto recorrido por la vaguada, y se perdían en la memoria de tu inocencia, hoy tan distante infancia. No cercenaba su bramido sin embargo, el balido de las reses que, por aquellos parajes, desbrozaban los brotes de las incipientes achicorias y cardos verdes y las hojas de la gamonita o las del diente de león que brotaban a boleo entre retamales y jaras, entre brezales y torviscas, sorteando tojos y aulagas; detenían se de vez en cuando- bajo las encinas, husmeando por el extraviado fruto entre las hojas muertas de la encina, que por el viento fuera azotada- en bucólica armonía los bovinos que caminaban soñolientos bajo el tímido sol de otoño, y de frío se protegían y se agrupaban, y con el rocío de las encinas, descuidos, se calaban.
No lejos, desde el río sobre el llamado Cerro Plata, se destacaba aquel viejo cortijo de piedras, olvidado; de piedras, que Jorge un día bajó de la sierra con su carro; enormes roques grises, arrancados de la cima, que algún día fueron volcánicas, y las transportaba el carrero en su carro desvencijado, de yuntas viejas y tordas. Aquella olvidada casa, que un día sus paredes abrazaron testimonios secretos de amor, de cuidados y sueños, se perfilaba desde la distancia como sigiloso vigilante por encima de los cabezos, peinados de viejas encinas, y de carrascales salpicados sobre una alfombra tejida de verde hilo y de blanca lana, por donde correteaban y saltaban, diminutos como gacelas espantadas, los lechales y los blancos corderos al reclamo de las ubres de sus madres, mientras de vez en vez alguna silueta humana se hacía presente no lejos del aprisco, cerca de la majada, tal como si de un belén se tratara.
– “Debes llevar estos alimentos, y llenos los serones al cortijo, cruzar el vado del río, que la torda sorteará sin miedo; pues su instinto es sabio, y si olfatea el peligro no lo cruzará”- te ordenaba tu progenitor en tono admonitorio.
Tu infancia no se resistió al dictado de la obediencia, cabalgando sobre los lomos de una mula dócil, torda y blanca, vadeaste el furioso torrente a la grupa de una contumaz y atrevida asna, que tras oler en la desbocada corriente del río, roja y parda, se adentró por lo más hondo en el curso salvaje de aquella torrencial riada, soltando por sus costados el peso de la carga. Adiós a los alimentos, adiós a los pertrechos que al belén de tu infancia, la mula llevaba. Te asías con determinación a los crines de su cuello, mientras la bestia como un velero navegaba en medio de la corriente de aquellas bravías aguas: por momentos temías por tu temprana vida, por tu tierna infancia. Guiado por una estrella de la madrugada, despertaste de un sueño, junto a la mula, desnudo, a los pies de la cabaña… y de su interior salían las notas de una vetusta hada.
-“ Madre, en la puerta hay un niño/
más hermoso que el sol bello/
parece que tiene frío/
porque viene casi en cuero “
“ Dile que entre/
se calentará/
que ya en este mundo/
no hay caridad”
Entró el Niño y se secó y calentándose estaba, le pregunta la patrona:
-” ¿ de qué tierra y de qué patria “ ?
-” Soy de lejanas tierras,
donde yo nací,
mi Padre del cielo
y yo bajé a la tierra”
Al calor de la hoguera de ramas de brezo, de lavanda y tomillo, y de romero salvaje, las jaras desprendían el perfume silvestre de las matas, mientras el hada madre y las hijas, en torno a la chimenea cantaban villancicos, y la miseria olvidaban.
Toda esperanza la arrastró la corriente, el agua turbia se llevó las flores de miel y los buñuelos de caña, las tortas de aceite y los corazones de harina dulce y tostada, y el saco de harina para cocer la hogaza en el viejo horno de leña que de tanta penuria a los pobres sacaba.
La fiel y buena mula con su aliento en el establo se calentaba, y a su lengua de toalla la usaba.
¡ Pobre y dócil animal ! para comer sólo tenía paja seca de trigo, paja añeja de cebada.
Una estrella al amanecer, un pastor con su callada en la puerta golpeó, y a sus espaldas llevaba un saco de harina seca y una cesta de hornazos llena, que en una orilla del río había descubierto por la mañana.
Hubo una gran fiesta entre todos, y todos compartieron con aquel pastor los pestiños y las flores, el piñonate y la tortas que en leche remojaron, leche recién ordeñada y cálida. Y cantaron villancicos todo el día desde la mañana.
Muy bien, Juan. me ha gustado.
A veces abusas de frases largas que rompen el ritmo de la narración. Quizá deberías utilizar más el punto y la frase más corta. Creo que ganaría en fluidez la lectura del texto.
Un abrazo.
Emilio.
Muchas gracias por tus consejos que intentaré poner a prueba. Un abrazo
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