
Laudatoria por el Dr. Germán Trinidad
He abierto las Memorias de Adriano de M. Yourcenar y me zahiere la carta que el emperador le dirige a su amigo Marco. La referencia que hace a sus estado de salud, me propicia la suerte de hacer mención a su médico, Hermógenes, al que por sus conocimientos sanadores y sabiduría le concede merecido aprecio.
No concurro a esta cita ni para homenajear al emperador ni a la futil petulancia de adular la profesionalidad del médico, sino a manifestar públicamente mi aprecio y personal estima por mi particular “hermógenes”, que ni él es Hermógenes ni yo el emperador romano. Sin embargo, puedo afirmar que él comparte más virtudes con el propio Hermógenes que yo – por descartado- con Adriano.
Para la percepción de las dolencias -argumentaba el Dr. Marañón- solamente son necesarias una mesa y una silla para el enfermo; es ahí donde empieza a escribirse el prólogo de un diagnóstico acertado; es el primer contacto que el médico tiene con la enfermedad. Para mi particular hermógenes, al Dr. Germán le basta con la palabra: deja que el discurso brote como el agua de una fuente, clara y trasparente, de las profundas inquietudes del enfermo, permitiendo que la farmacología ocupe el proscenio en la consulta.
Las personas que hemos tenido la suerte de ponernos en sus manos, pueden poner en valor la fortuna de la que han participado. Pero no quiero pecar de engreimiento ni deseo que se me mal interprete y cercene mi enjuiciamiento laudatorio, al abordar la valía y profesionalidad de un amigo, de mi amigo, con seguridad mi único amigo.
Cuando el emperador Adriano confesaba a su amigo Marco el deterioro inminente de su salud, nunca le faltaron las palabras de elogio a Hermógenes: ¡ qué extraño resulta a veces romper la amistad con alguien que sabe más de uno que uno mismo, por temor a suspicacias !
La inteligencia de Hermógenes puede profundizar más allá de los ojos del emperador; de ahí la admiración que siento por él. Adriano es testigo del deterioro de su estado de salud- tensión alta, ácido úrico, artritis generalizada, ocd de todo tipo, gota, colecterolemia- y acepta que su final no está lejos, aunque todavía no se puede percibir la luz del crepúsculo, ni ha llegado el tiempo de entregarse al miedo que es tan irracional como la esperanza.
Mi amigo es consciente, como el propio Adriano, de que la vida en un momento de la edad se percibe como una derrota aceptada de año en año, de mes a mes y de día a día, resultante de una trágica panorámica a la que se resisten aquellos que toman la decisión de acortarla súbitamente.
“ No he venido a dar sepultura al César – decía M. Antonio en su discurso a los romanos, después del asesinato de Julio César- sino a dar pleitesía al que tanto ha hecho por Roma y los romanos”
No he concurrido yo a enterrar los méritos del médico de Adriano, sino a propalar sus virtudes…No me he presentado yo, amigo Germán, a cometer un desliz lisonjero, ni a enterrar al médico que empieza ya su merecido jubileo, sino a prestar mi tributo personal a un amigo y a su profesional reconocimiento.
Me ha gustado tu laudatoria. Es un personaje, German, que sin conocerlo siempre me ha caído simpático. Conozco a dos hermanas suyas y a un cuñado.
Un abrazo.
Emilio.
Vaya regalazo de Navidad, Germán!