
Una Malparuca (1ª Parte )
Encorvada como un viejo grajo, pero de semblante saludable, esperaba Eduviges a la cabecera de una linea de cajas en un supermercado, repasando, de cabeza de anciana, la lista de artículos que iba depositando con parsimoniosa indolencia en el fondo de un saco amarillo y profundo, tirado por ruedas, que facilitan el transporte: leche, yogures, galletas, pan, comida para el perro, el canario, chuletas de cerdo blanco y baratas, jabón y papel sanitario con flores de color estampadas que, al usarlo le recordaba los años que, en la huerta, en cuyo suelo aventaba el inmundo estiércol – y a veces lo enterraba con el interior del pie derecho y otras veces, lo dejaba como festín para las moscas verdes y los escarabajos peloteros y zumbones, que revoloteaban alrededor de Eduviges, con la esperanza de tomar tierra, cuando la ocasión fuera propicia para darse el suculento festín; de cuclillas, sobre las hojas de la gamarza y las incordiantes ortigas, y las caricias del pendulante pimpollo granate del tomillo que acariciaba de cosquillitas sus tiernos y rotundos glúteos, mientras que ella emitía suspiros al tiempo que toqueteaba con sus ávidos dedos la vara florida de las gamonitas de San Antonio, para, finalmente, valerse del refrescante mastranzo ,que perfumaba de aroma silvestre sus protuberantes poses, a la orilla del arroyo… fijaba Eduviges, mientras tanto, su atención en un reptil verdoso, que agazapado en el hueco de su hurra, intentaba dar caza a una cantarina cigarra, apostada tranquila sobre la ramita verde de un lentisco… cuando, de improviso, un hueco y ronco zumbido levantó un remolino de polvo, hojarascas y viento del suelo, como si se tratase del cráter de un volcán en erupción, justo a la altura de sus pies desnudos, a causa de cuyo estampido el lagarto, que esperaba zamparse a la cigarra, se volvió a su guarida, y la cigarra levantó un vertiginoso vuelo a favor de la brisa de poniente…