
Oda a Glycinia
Glycinea
Tu breve mensaje, lleno de profunda claridad y enorme prudencia me hizo empequeñecer, sin que tu observación atenta se percatara , ni tu consciencia reparara en el arrobo a que tus sencillas palabras me sometieron. Intenté penetrar en tu recóndita alma, y tu lacónico discurso, cargado de un mensaje inteligente, hizo zozobrar la altiva vanidad de mi sentimiento que se bambolea movido por el viento, afrontando a un enemigo invulnerable: Cronos.
Esperaba una égloga bucólica, como si un canto Pastoril del Renacimiento cargado de sensualidad se desplegara ante tus ojos: las corrientes de agua transparente que los arroyos hacían susurrar ante tus oídos con una melodía insuperable por los sentidos, o las innumerables fragancias de las flores silvestres, que destellan sus pétalos policromos al abrirse con los primeros guiños del cándido bronce de los prístinos rayos, los que descubren a las anémonas, esporas voladoras de la suave brisa en su viaje diseñado por las leyes de la naturaleza, o los primeros gorgoritos que las aves salvajes aflautan en pos de su designada pareja con la cual compartir el placer de amar en respuesta al fiel designio de la perpetuación de la especie: la perdiz y su reclamo, el ronco arrullo de la paloma torcaz o el aflautado soplido del alcaraván o el pertinaz vuelo del mirlo entre los matojos de acebuche y carrascos…
Sin embargo, tu lacónica añoranza de tus viajes a grupa de un joven corcel al pueblo vecino, en tus veinte – sorteando la lluvia preñada de monotonía en invierno, y los lacerantes fríos, así como el vadeo de turbulentos torrentes de agua ocre que se precipitaba desde la cima de la sierra Lázaro, y soportar el silencio clamoroso de la vida salvaje en estos inhóspitos parajes los días crudos de la inclemente estación, que ni siquiera el rabilargo ni la urraca ni el aguanieve revoltosa osaban desafiantes a abandonar su nido… nunca tu humildad permitió que te sintieras la diosa Atenea, cabalgando a Pegaso, que el dios Zeus había obsequiado a Belerofronte para que diera muerte a Quimera, hidra de siete cabezas que tenía subyugados a sus hijas, la fuente dorada Hipocrene y a Trien de hermosa ondulada cabellera, cuando todas las jóvenes soñaban en aquel tiempo acariciar de cerca sus sueños, las joyas de su caballo alado, como olvidado recuerdo y única semblanza desde tus ochenta y tantos…fue entonces cuando tu grandeza humilló a mi espíritu: me sentí pequeño, insignificante, diminuto y miserable. No percibí en tu mirada ninguna mácula de desasosiego. Tu joven y a su vez añada existencia engrandecía tu alma sobre los grandes placeres de la vida: cabalgar a lomos del alado Pegaso al pueblo vecino con relativa frecuencia que el intercambio de bienes requería: tu incumplida ilusión anida aún en tu alma, por eso proclamo que tu palabra la sustento escrita para vencer al tiempo, y sea tu memoria para siempre, al otro lado del soporte ( Edox ) que aún pasa las horas sobre tu muñeca, la que será un testigo inolvidable mientras marque el transcurso de los días.
No desentrañaba un misterio: ni el murmullo del agua que el manantial Hipocrene desprendía por los torrentes en primavera, ni los arrullos de las aves silvestres ni la tonalidad añil del cielo al amanecer ni la aroma penetrante de lavanda endémica ni el refrescante perfume del romero ni la candorosa fragancia del heno que ha empezado a cobrar el matiz dorado del verano, nunca despertaron tus deseos de felicidad, pues ya tus sentidos los disfrutaban inconscientes todos los días de tu vida…
Tu soledad de plenitud no había urgido nunca tu inconfesable necesidad de entregar tus confidencias íntimas a un amigo, que hubiera hecho cumplir las órdenes de procreación de la naturaleza.
Un alma mezquina diría que habías recorrido el periplo de Perseo anhedónico, siempre en el entorno de la Constelación de Virgo: sólo un alma vacía dentro de un espíritu ruin puede cavilar semejante pensamiento.