
Continúan las aventuras de los tres truhanes aquellas Navidades…
Cuando el Pecas le contó al Monazillo que nuestras aventuras de truhanes daban a su fin al terminar las navidades de aquel gélido diciembre, después de las matanzas, el semblante de melocotón en su cara cambió de un color tostado a otro pajizo de color amarillento, triste de moribundo, como la piel de aquella mujer, de saya azul con lunares blancos, que los guardias civiles, el municipal, y un escribiente que tomaba notas de la mujer muerta y de su aspecto, que se había tirado al pozo de la cerca de la abuela del Lolo, unos días después de la Nochebuena, que, hinchada como un sapo partero abultaba el doble o el triple de su corpulencia habitual, la llevaban cuatro hombres en unas parihuelas hasta el ´pósito´, donde un médico forense de Castuera, y un notario, que vestía encajes de color blanco en las mangas de una chambra negra, como los ambulantes de venta de queso de Campanario, iban a certificar que la muerta no estaba viva, por haberse caído al pozo, sacando agua con un cubo de zinc…
-Se tiró al pozo -había oído el Monazillo decir a unas viejas en la puerta del Sagradillo- porque su marido le había puesto los cuernos con el marido de la vecina más íntima…
-¡ chacho, y le pincharon los cuernos del toro en la barriga¡- se sorprendió incrédulo tanto el Lolo como el Pecas al oír otra mentira más del Monazillo.
– ja, ja, ja ¡ No sé cómo salgo con vosotros; sois los dos unos pánfilos ¡