
Al otro lado del tiempo…continúan las aventuras de los tres mequetrefes.
El municipal, después de imprecar a los tres zagales por su fechoría; y una vez que doña Santafuentes había presentado sus quejas ante el edil, don Alfred, por el dolor que le supuso tanto más a ella que a su chucha el haber recibido sendos peñascazos en tan íntimos y ostentosos momentos de copulación, don Hermógenes, que, en las proximidades del Consistorio, y advertido de la trastada, recomendó a los tres mequetrefes que no confesaran ser los causantes de tal gamberrada, argumentando que, encontrándose el chucho tan extenuado y rabiosa la hembra temieron ser víctimas de un irreparable mordisco.
Al Monazillo le había contado el Tórtolas que, a los perros no había que apedrearlos cuando estaban pegados; que, aunque la perra chillaba, no era a causa del dolor que el macho le procuraba; que era de gusto, que la perra se lo pasaba bien, como si fuera una hembra cualquiera en la noche de bodas; que, el Tórtolas, cuando era pequeño, con una navaja le cortó el pito al perro, y se desangró. Que tal fechoría fue tan sonada en el pueblo que, el Tórtolas estuvo desaparecido un día entero por miedo a que el Alcalde y el dueño del perro lo metieran en la cárcel; que, aunque fuera verdad, del Tórtolas no se creía nadie nada, pues tenencia fama de trolero, y de darse aire, sobretodo delante de la prima del Lolo, de la que estaba pilrado…