
Añoranzas de otros tiempos (V)
– No te lo vas a creer, pero el cura le ha tirado los tiestos a la hija de D. Hermógenes, que anda en edad de merecer- abundó el edil, en temas de amoríos, como si quisiera desviar de la tertulia sobre Donemilio, y centrarlo en la hija del médico.
– Estás desvariando, y ya no te voy a servir más chatos; que pareces una cualquiera con tus chismorreos.
– De ninguna manera. Y lo que digo, va a misa, aunque sea sin cura, que ríe e que estar muy ocupado con eso de las tejas- recobra a aliento, Angel, para insistir que su palabra es su palabra.
– Además, se oye en el pueblo, que el prelado tiene contadas todas las yeguadas tanto de olivares como de viñedos; y que dado el caso, colgaría los hábitos y se llevaría a la moza del médico al huerto.
– Desde luego, no hay quien pueda contigo. Ni siquiera don Camilo, si estuviera presente – apostilló la mesonera Adelita con tal de defender la honradez de su pretendida… Todos, los reunidos en casa de la Cándida deseaban que las luces de la noche se encendieran de nuevo para reunirse otra vez en el mesón de la Cándida, cuando los campesinos habían regresado de sus parcelas, de sus viñedos y olivares, para volver a dar riendas sueltas a los chismorreos que solían salir de boca en boca, como de costumbre, ya recapitulando algún amorío, o desavenencias entre el vecindario, unas veces ciertas otras inventadas. En lo tocante a la política, se la solía escamotear, ya que, a causa de la guerra civil, aún los recuerdos y las tensiones lógicas apenas se habían cerrado.