
…Y el gran hermano imponía su fuerza, el imperio de la sinrazón en la maltrecha Orán.
Todas se sorprendieron al oír de mis labios el relato que Tarrou hacía de la peste, cuando ya se aproximaba el día de los Difuntos, y asumían que no iba ser como los de antes, cuando los tranvías iban abarrotados con flores para honrar a los muertos, ya que este año de la peste los fallecidos se habían convertido en competidores de los ciudadanos, que morían periódicamente, como si obedecieran a órdenes de la epidemia.
Pero lo que más se temía en la ciudad confinada era el aumento del precio de los comestibles, más asequibles a los ricos que a los pobres, que sin embargo sufrían los envites de la peste con frialdad y paciencia cívica, de cuya conducta el gobierno ya había caído del burro de su tozudez, planteándose la conveniencia de decidir si PAN o ESPACIO- esto es, permitir salir a los ciudadanos a buscar sustento fuera o seguir confinados dentro hasta que las cifras de fallecidos bajara. Terrible dilema…
A todas se les saltaron las lágrimas al comprobar que a la Prefectura ( el gobierno ) le importaba más el interés espurio de sus intereses políticos de colgarse el blasón de ser artífices de la bajada de la curva de la peste que la nutrición de los ciudadanos, y su salud.
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