
La feria de ayer-en la verbena de Piti
(III Cont.)
…Aunque a todas el ritmo movido del Charleston las ponía frenéticas, y con muchas ganas de sentir cerca al mozo de sus caprichos y devaneos, preferían las piezas de agarraos, pues el placer húmedo de su intimidad femenina se les consideraba irrenunciable, sin despreciar el abrazo tierno y potente del hombre con el que en sueños se estremecían durante el descanso en la cama.
-apriétame por la cadera con la tuya, y no me sueltes, me suplicaba Teresa, mientras me acariciaba mi busto turgente como un membrillo de septiembre…
-acompáñame al corral, Pepa, que me meo; y no quiero que me miren los de la barra, que ya han empezado a hablar en alto, y a mirar cachondo.
-Te espero en la puerta, que el Monazillo te pide una gorda para que no pase nadie…
El Monazillo se metía la mano en la faltriquera y hacía soñar la calderilla cada vez que alguna moza iba a cruzar el umbral del corral. A una le exigía diez o cincuenta, según fuera pudiente, y tuviera posibles; y a otras las dejaba pasar gratis, según la falda fuera estrecha o suelta. Las faldas estrechas daban mejor juego, pues tenían que dejarlas caer al suelo antes de soltar la orina, pues el riesgo de mancharse superaba al recato y la decencia.
– ¿ sabes que a mí el abrir y cerrar las piernas con el Charleston me empieza a gustar mucho más que el arroz apegao? -dijo en tono admonitorio la Pepa.
– Pues a mi,- replicó Teresa cuando se dirigían al excusado-, la pieza donde puedas sentir el paquete de tabaco de tu pareja, y el mechero, que se quite el baile de saltos de mona.
– Ja, ja, ja: ¡ hay que ver qué cosas tienes, Pepa,!