
El pan nuestro de cada día, dánosle hoy- la vendimia (I)
Las tardes de lluvia como las de hoy, que te advierten y te preparan para la entrada del otoño, en muchas ocasiones te invitan al recogimiento, a la nostalgia de aquellos últimos días de septiembre, cuando ya se daba por terminada la vendimia, y los carros cargados de banastas con racimos de uva, que chorreaban el dulce néctar de la montúa, de la bolba o moscatel que se estrujaban por el camino con el monótono traqueteo de las ruedas de madera de llantas de radios toscos que salían de un eje voluminoso, a los que sujetaba una circunferencia metálica, y a los que los campesinos, apostados a los contrafuertes de la iglesia, saludaban con un indisimulado alborozo, ya conocedores del destino de aquella carga que se convertiría en una apreciada pitarra, imprescindible para el regocijo y el alivio de la menesterosa vida iba a proporcionarles, una vez que fueran pisadas, trasegadas y fermentadas en los tinajas de barro, que una vez se compraron en el horno de tinajas, que en aquellos años de tu niñez y juventud se fabricaban en la tinajera de Castuera…, sin omitir el recuerdo a las mujeres vendimiadoras que regresaban acoquinadas del duro quehacer, encorvadas abrazando a las suculentas cepas como si fueran furtivas amantes, que alumbraban de colorido con sus pañuelos de abigarrados colores sobre sus ocultas y morenas melenas, y cuya luz competía con el dorado atardecer del ocaso de septiembre, a las que los ojos voluptuosos de lugareños indolentes dedicaban un lujurioso deseo. ( Continurá )