
Poema al brasero de picón.
Fui testigo/
De arrumacos indiscretos,/
De jóvenes que de amor entendían,/
De lo mucho, de la transgresión/
Del momento:/
Entrelazados sus dedos,/
Dormían sus manos,/
La izquierda con la derecha,/
Estrujaban de amor sus pechos:/
Aproximaban su lazo, tierno,/
Sin sonrojo y sin miedo,/
A la fruta del paraíso, /
Soñado, y de frutas lleno;/
Y en silencio compartían /
El calor de mis tizones, /
De rosas ascuas y cenizas grises, /
La badila atizaba con brío/
La sensualidad del momento./
No disimulaban los enamorados/
Su arrobo, ante la presencia/
Disimulada de los futuros suegros,/
Que, de costumbre ya sabían,/
Del proceder cauto, un día /
Aprendieron:/
Que el amor no tiene palabras,/
Solo hechos; /
Que el humilde calor /
Sólo, yo, el brasero, sosegado,/
Caliente y tierno,/
Hacía feliz a la doncella,
Y al doncel inquieto./
Chisporroteaban mis rosadas ascuas/
Y las chispas saltaban de mi rescoldo,/
De mi lecho de metal o bronce, de hierro,/
Sin que la alambrera temiera/
Al riesgo del fuego./
Se apagaba mi calor,/
Se encendían de deseo/
Los ojos embelesados /
De pasión ciegos,/
Del galante enamorado,/
De la doncella, húmedos/
De ansias y de besos./
Mientras sus dedos enamorados,/
De sensualidad, jugueteaban,/
Entre las entretelas de la fruta/
Prohibida, y de la espiga de su cuerpo;/
Encontraba el doncel, galante,/
Cumplidos sus sueños./
Eran otros tiempos nuevos,/
Otros tiempos viejos./