
Día espiritual en el Internado – misa para ateos.
Nelson Goerner al piano,/
una mañana de domingo, de un extraño mes /
de Marzo,
/cuando los cerezos descapullan /
y abren al aire sus rosados pétalos,/
que los fríos siniestros /
de esta anómala primavera,
/obstinados en la destrucción de su bello atuendo /
precipitan sobre el helado suelo del monte /yermo, /
y las damiselas quejumbrosas /
que añoran la inmortalidad en un sueño, /
de bracete empujan a su pareja /
al reclamo del campanil en la espadaña /
del convento, /
que un mirlo asustado /
abandona al primer repique, /
obviando la prometida mansión en otro cielo, /
y con su graznido despierta a los agnósticos /del sueño…
Me trae a la memoria, ya lejana, /
del colegio, /
al padre Alvarez, /
que rechazó a mis oídos, creo,
/por lerdos, /
para formar el coro /
de promesas nuevo,/
cuando aún ni siquiera /
había aparecido mi primer vello, /
aunque un sombreado bigote /
ya apuntaba en el labio /superior;/
ni en las piernas ni un despunte /
de incipiente pelo;
con su silbato de experto entre sus labios/
hacía con un silbido /
tenue poner a punto tanto /
su tímpano, como sus cuerdas de la garganta.
/No entendí nunca aquel arbitrario gesto.
Y el coro en pocas semanas /
puso en marcha su progreso, /
y las misas fueron entonces /
extraordinarias, de matices, de latín y virtud santas.
Ni siquiera en sus plegarias,
/ los zotes encargados de los rezos,/
recuerdan al depuesto papa
/Benedicto XVI,
/que de él nada sabemos.
/Un intelectual arrinconado, /
entre libros, como una polilla,/
intentando reconducir en el Tractatus /
de Wittgestein el viejo Credo./
Por eso, por todo ello /me recluyo,
/con mis oídos prestos, /
a dar cobijo a mi espiritualidad /
entre las notas del Réquiem /
de Vivaldi, /
mientras los escépticos,
/por miedo al miedo eterno,
/arropan su temor entre la rutina
/de un anquilosado credo.





