
Oda expresionista al puente viejo de Quintana (III) Cont.
A pesar de que el ronco graznido/
descuelga del pretil del puente,/
la corneja, /
tosco y hueco./
Mientras, con mi mano acaricio tus rodillas /
torneadas, alzan tu hermosura al azul del cielo:/
bóveda estrellada, por la noche,/
un misterio,/
que se despliega inmenso,/
Y allá, en el Haverno,/
en la profundidad oscura del tiempo,/
maneja con saña y maldad en su palacio,/
El Azar,/
las agujas del reloj, como un contumaz relojero;/
contra el que me sublevo, buscando la eternidad,/
propio de un ser que sabe, y reconoce/
que de nada vale/
si es que algo de ello, sabemos,/
que, después de nacer, está designado,/
nada cabe esperar, y es cierto:/
que un día desapareceremos/…
Cuando ya no podrán los sentidos/
ser testigos, /
ni del agua, ni de las anémonas, ni de los pétalos/
las margaritas,/
que discurren, como las agujas del tiempo,/
ondeando los tirabuzones de la corriente/
como siempre harán, /
como un día hicieron:/
Susurrando la corriente, entre sus lazos,
el runrún del torrente entre las piedras,
canturrearán eternos/
mis versos./
Río abajo, río de primavera, río eterno bajo el puente /
de Quintana,/
inmortal y sereno;/
y en verano, el tojo y las espadañas/
quieren ocultarnos su lecho, húmedo otrora,/
hoy seco…/
Ay de nosotros, seres vivos de momento¡
que lloran y se desesperan, porque saben y ocultan,/
detrás de la esperanza,/
que, el tiempo, nuestro tiempo,/
tiempo nuevo/.
Por más que lo desee, se extinguirá para siempre./
y el deseo de inmortalidad, sólo en nuestra material conciencia,/
quedará durante tiempo,/
hasta que el pálpito último acabe con tu vida, /
nuestro tiempo/.