
Semblanzas de otros tiempos de la Feria de Malpartida
Aquel año, como todos los años, cuando la Función de la Plaza, como así llamaban los lugareños en aquellos años, a la fiesta de la Parroquia de la Asunción; cuando los labriegos habían colgado los aperos de la siega, y habían baleado las parvas de las eras, y hubieran puesto a buen recaudo la cosecha de cereales, y Piti hubiera enlosado el cuadrado de la Plazoleta de Miguel de Curro, hoy de Juan de la Paca, en abierta competencia con el Tablao de Juan de Martos en la Plaza de España, y don Aristófanos hubiera desde el púlpito advertido a los jóvenes de Acción Católica de los peligros que el baile suponía para la salvación de las almas, y de la inminente condena a las llamas del infierno de todos aquellos que se dejaran llevar por el pecado de impureza… Pero a pesar de las advertencias teológicas de D. Aristofanos, las jóvenes casamenteras y los jóvenes varones, se disputaban a la mujer más atractiva, se habían puesto en las manos del sastre de Zalamea, Conejito, por cierto padre del cura del pueblo vecino con el fin de conseguir a mejor precio el atuendo más provocativo que las jóvenes demandaban como mejor cebo de atracción del mancebo más solicitado.
Los prohombres, apostados como era habitual en la balconada del Consistorio, desde donde el “Zorrero” prendía los cohetes de pólvora artificial, ante el regocijo de los aldeanos, que se agolpaban en la plaza alrededor del Tablao de Juan de Martos, y D. Aristófanos movía la cabeza de lado a lado, en señal de desaprobación, de las dos verbenas que irían a incitar a los jóvenes de Acción Católica al inominoso pecado de la lujuria…
Sin embargo, cuando el pueblo se había cubierto de la estrellada noche, cuyo velo parecía proteger a los jóvenes de los ojos vigilantes del cándido Aristofanes, y sólo los chicos sacaban el bono de entrada a la verbena, mientras que a las damiselas se les eximía del óbolo por obvias razones de mercado, consideradas como objetos de reclamo en el baile…
Las madres habrían ocupado las primeras mesas alrededor de las pistas de baile con sólo el pretexto de observar vigilantes el éxito de sus mozas, y al apuesto mozalbete al que se abrazaban, mientras que refrescaban los labios sorbiendo una gaseosa de un real, que justificara ante los empresarios Pity y Juan de Martos sus asientos y las mesas que ocuparían, ansiosas de memoria y recuerdos, hasta bien entrada la noche.
Mientras poco a poco los recintos se abarrotaban de gentes de todos los pagos, en el estrado de Piti se había colocado el saxofonista, Niño Ambrosio, que a decir de su hijo era el de más portentosos pulmones de la provincia, acompañado del sacristán, Moisés, que ya había empezado a hacer quiebros con la batería, y Fidel, el hijo de la Felícita y nieto del Ciego, que dominaba con maestría el acordeón…al tiempo que Juan de Martos se había visto obligado a contratar músicos de otras localidades vecinas …
Cuando los acordes de “Ya viene el negro zumbón” había levantado a las jóvenes de las mesas y a mover sus volantes y faldas ligeras por todo el tablao, un batiburrillo de emoción envolvía el festejo, aunque los mozos se resistían tímidos a salir al baile y partir pareja, que, aunque pueda parecer insólito hoy, por entonces, era costumbre que una mujer abrazara a otra mientras daban vueltas y vueltas como si quisieran exhibir sus protuberantes atractivos ante los chicos, apostados de codos en la barra que Piti había colocado frente a la orquesta.
Los niños , que no llegaban a diez años, y se preparaban para la Comunión, imitaban a los jóvenes del baile en los pasos, y atrevidas, algunas daban sus primeros “chupetones” en los cuellos de aquellas almas inocentes, que, nunca alcanzaron a descifrar el significado, ya que sus catequistas les había prevenido de la astucia del maligno, Lucifer.
Mientras los bailes entretenía a los más jóvenes y a las madres, en la plazoleta de la Victoriana y de los “Pintaos”, frente a la casa de los Cominos, se desarrollaba un circo ambulante, cuyo popular Cagalubias provocaba la risa de la concurrencia, al tiempo que Agustina y Comino entretenía a los vecinos de la calle en su tradicional tertulia…