
Prosopopeya de un pueblo:Héroes sin historia
Luis, “el Chapito.”
Se resistía Luis a confesar su alias, aunque debido a mi insistencia accedió a mi afable requerimiento. Se desplazaba Luis con vitalidad moderada, ayudado de su cayada, endeble como la rama del acebuche, y recia como la el ahijado de un roble.
La llevaba muy bien : Nunca fue a un médico.
Ni puta falta que hace. Usted está mas sano que una pera de agua, dura y dulce.
Sólo cuando se operó de una rija en esta vista- decía Luis, mientras señalaba al ojo izquierdo con el dedo índice…- y el electro que le hicieron los médicos decía que tenía un corazón muy sano.
Tengo sesenta y nueve, que, al oír la cifra pensé que se reía por la simbología del número, pero en realidad, la incontinencia fue debido a la diferencia en la edad. Creo pensar que dudaba de la mía.
No había pasado hambre. Siempre comió Luis con cuchara, y no tuvo vicios. Ni vino ni mujeres ni tabaco.
Los jóvenes de hoy están como las manzanas: lustrosas por fuera y podridas por dentro de tanto comer pasta, y no usar la cuchara para no engordar…
Cuando la guerra trabajaba de cabrero en Camino Lomo; tenía once años, y allí no bombardearon las avionetas. Sólo en el Mercado alcanzaron a un tío mío y a su hijo. Los únicos muertos del pueblo.
Soy amigo de José Pozo Montero. Ya murió, siendo más joven que Luis.
Conoció a su mujer, y trabajó en su huerta.
Un amigo, Luis. Ya nos encontraremos por el camino de la alameda alguna que otra vez.
Y Luis se alejaba ayudado de su recio bastón camino de las primeras casa del pueblo de arriba.