
La víspera de San Valentín
Como O. Wilde se lamentaba de que no tenía nada que contar, -aunque ya estaba diciendo algo con aquella reflexión-, de la misma manera, una esquela de una niña de cinco años a un compañero de la clase de Primaria, en un inglés infantil inteligible, en la que balbucía una cierta deferencia, abstraída del mundo de sus cuentos infantiles… hizo que yo revolviera el cajón de los retazos del arcón de mi memoria, y tirara del teclado, aprovechando un momento de tedio en mi soledad constructiva.
…Me resultaba azaroso desatar los rollos de recuerdos que se amontonaban en aquel viejo baúl de las semblanzas de aquellos años, de los 60s, cuando descubrí que un día 14 de febrero la Iglesia Católica celebraba una festividad en honor de un mártir ajusticiado por hacer de “Celestina” uniendo en matrimonio a cristianos contra la voluntad del emperador en la Roma imperial, que consideraba al incipiente cristianismo como una secta peligrosa para los intereses del imperio.
Fue en aquellos años 60s cuando empezaron a circular entre los compañeros de clase las inclinaciones naturales por el otro sexo: las chicas. En nuestros anhelos resaltaban nuestras ilusiones, las inclinaciones por alguna pibe en los quince o dieciséis, a las que habíamos mirado sus rodillas, que se descubrían por encima de unas medias de nylon, a la que habíamos robado una mirada cómplice de inalcanzable deseo o la sutileza furtiva de un abrazo entre el inventario de los sueños…
San Valentín se había bajado de la hornacina del santoral para convertirse en un vulgar reclamo comercial a lo ancho y largo de las coordenadas del mundo mundial, que llega sin barreras hasta la tierna edad de los párvulos hoy, del cual los amuletos y motivos alusivos a la festividad llenan los anaqueles de las librerías y las estanterías de los supermercados.