By: juanrico

Jan 21 2015

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Apenas habíamos dejado el barco y nos preparábamos para una visita a la capital germana, cuando Iratxe, la guía del Royal Swiss hacía su presentación al grupo de viajeros, me corregía al nombrarla Arancha, un nombre más familiar a mis oídos, para a continuación abundar en su origen del norte de Navarra, de la Sierra Vasca, de la que presumía con orgullo: de su origen y procedencia, al mismo tiempo que se enorgullecía de su fluidez en el vascuence debido a uno de sus abuelos que cuidaba cabras en la sierra navarra.
Iraxte, que conocía su oficio de guía perfectamente y cuidaba los protocolos recomendados, tuvo a bien no zarandear mi impertinencia sobre la reticencia de los romanos a someter a los vascos por que eran indómitos y perseverantes, y además hablaban de forma tan extraña que recordaba al ladrido de los perros (Escipión).
En este amable intercambio de información nos hallábamos, cuando del grupo saltó como una alimaña un nacionalista catalán de origen gallego que vivía en Castellón irrumpiendo con un exabrupto improcedente, invitándome a no molestar a la guía en mi defensa del español, argumentando en su favor que si él hablaba castellano se debía a la circunstancia de haber sido obligado…
– Juan, olvídalo por hoy, pero te puedo asegurar que antes de que se ponga el sol, Pere ( catalán y esposo de Xcesca, la mallorquina) y yo vamos a propiciar que os beséis durante la cena – dijo Pepe Lafuente con la gracia que le caracteriza, provocando un coro de risas entre la concurrencia.
Y el gordinflón del castellonés parecía no desistir de su enfrentamiento en pos de su nacionalismo de campanario.
El beso no llegó a producirse pese a los esfuerzos de Pere y Lafuente…