
Caperucita, la Roja.
Te alzaste más temprano de lo que sueles hacer todos las mañanas durante el verano, aprovechando la brisa húmeda del crepúsculo. Apresuradamente te vestiste y encaramaste la pamela de paja de trigo roja sobre tu cabeza, y al cuello ataste un fulard de seda, y estampado en color rojo vivo que emparejaba bien con tu indumentaria de modelo Vogue, y colocaste en la cesta de mimbre acaramelado, y forrada por dentro de un paño de flores multicolor, un par de zapatos gastados. Una falda amplia y plisada de color azul marino y una blusa blanca de mangas cortas formaban una composición extraña que te proporcionaban el parecido a una novicia, y al mismo tiempo el look de una adolescente de las brigadas rojas de los cuarenta y tantos. No sé el motivo, pero te apresuraste a penetrar en la dehesa boyal, sorteando las enramadas de encinas y carrascos, saltando sobre los espinosos cardos borriqueros ya secos, aunque punzantes todavía, a pesar de haber sido descabezados por los atajos de cerdos y las pezuñas de las piaras de ovinos, mientras entonabas La Internacional.
– ¿ No creo que vayas a visitar a tu abuelita tan de mañana? – oíste una voz ilocalizable en tu entorno; dirigiste tu mirada en las cuatro dimensiones, pero otra vez la misma voz te soliviantó.
– ¡ Observo que llevas dos zapatos en esa cesta de aneas, útil para la recogida de setas! – parecía como si una diminuta nube blanca hablara.
– Se los llevo al Remendón para ser reparados, que de tanto correr buscando una Solución Habitacional para mí, se han deteriorado- pensaste, dando respuesta a tu interlocutor invisible.
– No puedo creer que te falte badana, con toda la pasta que acopias participando de tertuliana en los programas de debate en las televisiones digitales.
– No te falta razón, pero confío en mi Remendón particular, inigualable en el oficio de poner remiendos -quise decir- y no remedios, como están haciendo otros, fabricando zapatos nuevos. El mejor de todos, si descartamos al rey felón: Fernando VII.
-¡ Que te pico, leches, que te pico! – se oyó un zumbido de abeja negra y amarilla que revoloteaba alrededor de su cabeza para a continuaciónalejarse entre las copas de los chaparros de la dehesa.
– tic 1 tic 1 tic 2
– ! Ay la abeja Alaya !
– !oh, no: quise decir la abeja Amaya. Si la de Rumasa!
Tic 1 tic 1 tic 2 ¡ socorro!
– Manden urgente un helicóptero, por favor ¡de prisa! ¡ que me ha picado una abeja !