
Héroes de hoy sin historia
…Aquella mañana había extrañado a Pedro, un lugareño, que, a pesar de haber rayado los cincuenta y tantos, su aspecto general y la ausencia de canas en un cabello, negro y muy poblado, y destacando una complexión exenta de arrugas, cualquiera diría que disimulaba muy bien el calendario de su vida, a pesar de lamentarse de su penuria económica. Pedro estaba casado, y había
procreado a tres hijos, a los que daba cobijo y alimentaba con el escaso subsidio de cuatrocientos.
Arrastrando el lastre de tres años inscrito en la lista de los desamparados, una copa de anís seco y un café en la churrería de Juanfra, le servía de alivio a la heroica epopeya de su resistencia, cuya dramática situación la disimulaba una viva mirada y el reflejo confiado de la luz matizada de marrón a través de la pupila de sus ojos. Un hombre que transluce confianza y siempre predispuesto a no poner reparos a la confidencialidad, de la que esperaba que le iría a proporcionar la solidaria comprensión entre los paisanos.
– el subsidio no da para esto -me confesó intentando justificar el sosiego de una copa de anís, que tal vez le alimentaba el remordimiento de restárselo a la perentoria necesidad de la manutención de su casa.
No era Pedro un prototipo de hombre subsidiado e inerte que se conformara con el auxilio social del óvolo mensual de cuatrocientos euros, porque practicaba footing en el descampado de San Isidro, y siempre que la lluvia lo permitiese solía perderse por el campo abierto en la búsqueda de espárragos; y a partir del doce de octubre, cuando se levantaba la veda de caza, practicaba el deporte cinegético.