By: juanrico

Jun 07 2013

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…En su mirada no pasaba desapercibida, sin embargo, aquellas noches tenebrosas en el campamento militar a las puertas de Nador, cuando ninguna noche faltaba a la cita, aquella carta de papel arrugado e impregnado en perfume de rosa, que ella solía verter entre la hendidura de los pechos, la que un día escribiera con primor su novia desde las lejanas tierras de España , y que el soldado leía y releía hasta poderla repasar de memoria con la esperanza puesta en el azar, la suerte y la fe de conservar la vida que le propiciara la ocasión de abrazar un sentimiento desconocido hasta entonces, y por vez primera en el albor de la tardía adolescencia.

No temía a morir en el fragor de la batalla, que una bala errática acabara con sus sueños de llegar un día en que pudiera abrazar con desenfrenado frenesí el cuerpo de sus desvelos: aquel cuerpo endeble de joven, que se ganaba el sustento como doncella en casa de sus mayores, al que no le regateaba ninguna pícara insinuación de sus celestiales ojos, ávidos de deseo de ser poseída por su amante en cualquier recóndito hueco de la mansión solariega de sus progenitores.

“ Me envolvía el sueño dulce aquellas noches libres de la estampida de los cañones… sus apasionadas palabras grises sobre el sepia del folio, impregnado de su habitual perfume de sus cartas me colmaban de ternura y de ansiedad: un sentimiento compartido por la inquietud y la piedad en el interior de mi pecho”…- nunca rechazaba el torrente de amor que se precipitaba por el recuerdo aquellas noches de la guerra, considerando sin temor que esa pudiera ser la última…

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