
Apuntes Guareñenses
By: juanrico
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Aperture: | f/2.8 |
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Focal Length: | 3.85mm |
ISO: | 80 |
Shutter: | 1/0 sec |
Camera: | iPhone 4 |
Han podado ya las acacias a ambos bordes del camino encementado que conduce a la laguna; el sol del mediodía de primavera se precipita implacable sobre la alameda, y un viento de levante persistente, que los del lugar lo motejan como aíre de “Matacabrones”, remueve con su continuo aleteo a los ramos de margaritas silvestres, blancas y amarillas, que crecen de forma anárquica al cobijo de la humedad y la sombra, que, en estos periodos largos sin lluvia, les regalan las acacias y los eucaliptos.
Entre el follaje de los pinos y el frufrú de las hojas de los álamos, se desparrama la incipiente primavera, a la que anuncian con entusiasmo el trino jovial de los jilgueros, alegrándose del final del hostil e inclemente febrero…
De un cobertizo, cubierto por un techo de hojalata, ante el que se desparrama un patio descuidado, del cual emergen unos limoneros y naranjos descuidados, y por lo tanto expuestos a las epidemias;… arrinconado el huerto por la presencia de maquinaria agrícola desvencijada, sobre cuyo frontispicio se puede leer un letrero en tinta roja – Ferralla de Guareña, – ambienta y cruje una estridente música de flamenco moderno que reclama la atención del paseante, más por su falta de calidad y de buen gusto que por su artística ejecución, y la indiferencia de algún que otro deportista, que estira sus extremidades al compás de un sabueso que se afana en liderar la carrera en compañía de su amo zigzagueando entre los troncos pelados de los eucaliptos, mientras un utilitario aparcado a la orilla del paseo , sin ocupantes, aguardaba pacientemente a su dueño.
La puerta de madera y la ventana metálica cerradas, de la vivienda de José Pozo, me produce inquietud y desasosiego por sus problemas inquietantes de salud. Sin embargo, Juanfra me informó puntualmente por la mañana en la churrería que, debido a su delicado estado, una de las hijas se lo había llevado a Madrid para una revisión del “stern”.
No pude evitar recordar el pormenorizado relato que un día me hizo José sobre sus aventuras en el prostíbulo de Mérida, después de haber vendido su cabaña de cabritos aquel día: a pesar de haber sido infectado con una enfermedad sexual leve, que el Dr. Fuentes inoculó con éxito. Fue una velada para no olvidar.
- Por fin, ya puedo orinar sin dificultad – me confesó José, una vez que el tratamiento hizo su trabajo.
- Aquella misma noche repartí a cuatro desde el “puticlub” a sus domicilios, una por una… bueno, no…, me aclaró finalmente.
Como Faón en el lecho que había dispuesto Afrodita para mi solaz fantasía, me vi desnudo, contemplado la lámpara eléctrica que colgaba del techo, emitiendo una penumbra rosa pálido que combinaba con el ardor de mi sangre en las venas… y mi viril tórax, cubierto de suave vello tierno, servía de regocijo sensual a las dos sirenas, que apostadas como dos ninfas de Lesbos a cada costado de mi apolíneo cuerpo, se disputaban la ambrosía de los dioses del Olimpo, bebiendo frenéticamente del ánfora de la vida, del vaso del amor, entre sollozos de lágrimas de dolor y de alegría, al tiempo que un trepidante quejido del volcán de placer y deseo emitía notas roncas como salidas de un oboe, indicando el compás de una composición interminable de gozo, al ritmo de los latidos del corazón…
Nuestros pechos de diosas vírgenes se encabritaban entre olas azules, que se agotaban entre los encajes de nuestros corpiños al ritmo de los pestilos de nuestras rosas de color magenta, que se alzaban frenéticos para rápidamente hundirse gozosos en las profundas y glaucas aguas de un océano infinito, contemplado desde las acuosas pupilas de los ventanales del conocimiento, limitadas por las seductoras pestañas de la incontinencia.
Sentía que mis encallecidos dedos transgredían las naturales leyes de la tolerancia y se adentraban en los recónditos recovecos del placer, entre susurros y dolor, como si desearan quebrantar las limitaciones de la moral al amor.
-Me han drogado, me han dado un somnífero! No me puedo explicar lo que han hecho conmigo! Me lo han robado todo! – gritaba José, al hallarse desnudo, y abandonado sobre un lecho desconocido en un dormitorio de color de rosa pálido. Y su billetera vacía reposaba abierta sobre la mesilla de noche a la derecha del lecho.
Precioso. Hay fragmentos de un gran lirismo…
Un abrazo. Emilio.