By: juanrico

Feb 14 2022

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Por la tarde, del día siguiente a mi último encuentro con Amelie, no renuncié a expresarle mi inclinación a confesarle los últimos requiebros de debilidad que el contacto con ella mi interioridad había albergado, después de haber dejado sobre la mesilla de noche la novela de Albert Camús ,de cuya lectura, en los últimos párrafos aliviaban de inquietud mis sentimientos por los ciudadanos de Orán, al comprobar el entusiasmo que entre ellos se mezclaba ante la apertura de la ciudad, las restricciones a la movilidad, la apertura de las tiendas y el caminar de las gentes por las calles,desprovistas de las engorrosas mascarillas, que durante tantos días habían ocultado la sonrisa de los ciudadanos.

Por otro lado, y, quizás, influido por la desmesurada felicidad que se manifestaba en los decrépitos rostros de los oraneses, no podían mis labios ocultar mi dicha al confesarme Amelie, que su madre había accedido a que la acompañara,los dos solos, durante los largos paseos, a los que que cada día percibía que se acortaban en el tiempo.

A penas se podían despegar sus labios de los míos,que le habían permitido dar a conocer la decisión que la madre de Amelie acababa de tomar, consciente del riesgo que la decencia de la hija y su buen nombre corriera entre los vecinos. Aquellos íntimos momentos de inquietud y de paroxismo al encontrarnos por primera vez, bajo el manto azul de las estrellas nos prometían profundizar aún más en sentirnos uno, los dos juntos.