
Aunque la esperanza no se desvaneció, la inquietud de la epidemia no abandonaba el corazón de los hombres… (Continuación)
Tu cuerpo me sirve de consuelo mientras mi brazo derecho es capaz de estrujarte hasta mi, al tiempo que recuerdo las palabras del dr. Rieux a su amigo Tarrou, cuando afirmaba que él no pretendía ser un santo, sino ayudar a los hombres, teniendo en consideración que el dolor era lo único que nos unía y nos hacía solidarios. El dolor nos hace iguales: todos sufrimos sus mismas torturas.
Esto sucedía aquella tarde noche de invierno, cuando tras abandonar a taberna del Cordobés nos dirigíamos a casa de Manoli, donde iríamos a concluir nuestras últimas caricias .
-“Estoy muy feliz a tu lado, pero me siento dichosa que te vayas. Se está haciendo tarde, y me inquieta que mi madre se preocupe excesivamente”- tu desasosiego me impulsa a vencer la resistencia que el deseo me impone, mientras que el humo de tu cigarrillo mentolado, de marca Pipermint, se aproximaba cada vez mas denso a la recepción de mis labios, que se disponían a recibir su mentolada aroma con tanta fruición como el deseo de juntar nuestros labios en amplia competencia con la nebulosa gris de su inconsistencia.





