
Bar Charly III
El mozo, del que habíamos sopesado la posibilidad de ser un flint de la policía social del agónico régimen fascista de los primeros años de la década de los setenta, se apartó de la mesa del bar Charly que ocupábamos en el entresuelo del establecimiento frente a la diáfana cristalera, por donde los rayos del sol de mediodía penetraban e iluminaban el habitáculo de la cafetería en chaflán entre la calle General Oraá y la calle Lagasca, aliviándonos de la embarazosa situación de vernos vigilados, pues era una estrategia de los empresarios de aquellos años hacerse de los servicios de camareros, a los que el régimen sufragaba bajo cuerda a cambio de servir a los intereses del Servicio Secreto de la dictadura…y pudiste proseguir con el relato de aquella truculenta matanza en el pub de Antrim road de Belfast.-No sentimos miedo, sino pánico no solo por la ingente explosión que apestaba a pólvora y a nitroglicerina y el vaho a carne tostada y whisky que corría a borbotones por la calle, sino porque fuéramos soliviantados por la UDR, tan sanguinarios como los comandos del IRA. Abriste la claraboya del techo, tan sucia y empañada de humo que apenas podíamos ver lo que ocurría en la calle; lamentos de los heridos, el ir y venir de las ambulancias, y las voces de los mandos del ejército unionista ordenando la disposición y el acordonamiento del cruce de las calles que desembocaban en el punto donde se encontraba los ripios del bar destrozado…
Tomás te observaba profusamente, aunque no pudiste apreciar que su mirada desafiara a la incredulidad con la admiración ingenua por los protagonistas.
-Aquella noche te quedaste en mi alojamiento, pues aunque era domingo y habías de preparar el guión para las clases del lunes, las circunstancias requerían reconsiderar la situación.
Estábamos inmersos en una ratonera; menos mal que la nevera aún contenía algo de leche, huevos y salchichas por si el acordonamiento de la zona se prolongaba más de lo previsto…
El locutor de la televisión de color se desgañitaba en le relato de los partidos de rugby del fin de semana, mientras angustiados esperábamos las noticias de las diez, que a buen seguro informaría del atentado mortal en Antrim road…
-He recibido una carta de Ana -me dijiste, abriendo el sobre de la misiva, y empezaste a leer: “Inolvidable A.: todavía mis labios conservan el calor de los tuyos de aquella noche en la cafetería México de la Avda de Portugal…”