
Las bodas de antes en el pueblo (III) cont.
(III)…Solían las vecinas y amigas de la prometida aprovechar la visita al domicilio paterno en aquellos años de la década de los cincuenta para que les fuera mostrado el dormitorio de los contrayentes – el ropero de formica, la cómoda de madera noble con un espejo adherido al mueble que hacía de consejero a la esposada antes de hacer uso del lecho nupcial, y el tálamo de madera de cerezo, entre cuyas sábanas iban a realizar los más imaginativos juegos de amor sublime, a la que las damiselas dedicaban el mayor de sus desvelos, llevándose a los labios los dedos de la mano derecha, evitando que se les oyera su exclamación cálida de turbación y ansiedad al mismo tiempo, sin que sus pensamientos mostraran el más mínimo pudor ante el dolor y íntima vergüenza que su amiga iba a sufrir en su primera noche de miel y rosas..