
El mesón
By: juanrico
Category: Uncategorized
Aperture: | f/2.2 |
---|---|
Focal Length: | 4.15mm |
ISO: | 500 |
Shutter: | 1/0 sec |
Camera: | iPhone 6 |
Era un mesón lúgubre, diríase propio de la Inglaterra de Charles Dickens: mesas alineadas en simétrica disposición a lo largo de aquel tugurio, de taburetes de madera alrededor de una barra de madera negra, con la pintura ya estallada, por el uso, en algunos bordes, y carente de lustre; el olor que desprendía aquel antro, estaba más en consonancia con una cueva que con un mesón posmoderno; una televisión de plasma al fondo casi superaba la amplia dimensión del muro del fondo.Al preguntar en la calle, a la puerta del mesón a un sujeto, con el móvil pegado a la oreja, me indicó amablemente que me encontraba en la entrada del lugar de mis pesquisas. Mi sorpresa fue espectacular al comprobar que se trataba del mismo dueño que regentaba el negocio, que tal vez ejercía el oficio de cocinero.
Una joven me saludó con estimable cortesía al disponerme a ocupar una de las mesas libres – me confundió con alguien o reconoció mi estereotipo: debo confesar que lamenté no haberla reconocido; de mediana estatura y pelo rubio rizado que se descolgaba hasta su cuello. Al salir, me volvió a saludar cortésmente, a cuyo galantería respondí con un amable inclinación de cabeza, de olvidados usos.
Solicité un café doble con tostada de ajo y aceite, y tomate triturado, servido aparte, como suelo demandar habitualmente. Una camarera esbelta y delgada, vestida de negro y con una melena que se recogía por detrás en forma de cola caballo, el trending tópico de “los morados”, canturreaba canciones del acerbo popular, mientras me servía el desayuno.
Sopesaba la ventaja de desayunar sin compañía: uno está dedicado a uno mismo, sin interferencias inoportunas; más sólo que un mojón, aunque mejor acompañado que los gregarios, que suelen amparar su soledad metafísica en el barullo del gentío para rellenar el vacío que suelen sentir: “No es la soledad estar sólo, sino estar vacío”.
Algunas mesas estaban ocupadas por hombres muy entrados en la madurez, tal vez jubilados, empotrados materialmente sobre las mesas, como si quisieran confesarse entre ellos, sin esperar ser oídos los avatares del invierno de la edad. Apenas se les oía, quizás por temor a ser escuchados por los comensales acomodados alrededor o, tal vez, interferidos por la chillona voz de la locutora de la televisión de plasma.
Me disponía a tomar el primer bocado de la suculenta y generosa tostada, cuando estuve a punto de vomitar: una cucaracha inoportuna se cruzaba con descaro ante mis ojos por el tramo de la barra donde me disponía a desayunar, .
Se han dejado abierto la tapadera del cableado, y se ha colao por ahí. De todas formas, hay una invasión de cucarachas en Badajoz -me respondió a modo de justificación, mientras se atusaba, nerviosa, la coleta que recogía su melena morena brillante, y más oscura que el fondo de un pozo negro, sin dejar el tarareo de la copla que discurría entre sus carnosos labios. Recogí el plato y la taza de café doble, de etiqueta Barco, y elegí el taburete que había dejado la joven rubia de pelo rizado, al tiempo que decidía no volver más a aquel sórdido garito, donde te puede sorprender un inoportuno encuentro con algún siniestro insecto.
No photo? Why?