
Un amanecer en los Corvos
A orilla del Guadiana.
Era una mañana de Julio, cuando apenas se desperezaba la corneja, y las tórtolas anunciaban con su ronco arrullo el mortecino añil de madrugada, con el que el sol empezaba a teñir naranja el horizonte, en la lontananza, por donde se encumbraba el dios de los dioses sobre los maizales y huertas, cuyos surcos entonaban un fresco discurrir del agua que hacía estremecer de vida las plantas y hortalizas tan castigadas del sopor, que precedió los días de calima y soporífero sueño.