
Nuestro crucero por el Mar Tirreno, de Liguria y Cerdeña.
Civitavecchia
Desembarcar en Civitavechia te puede dar la sensación de haber aterrizado en el centro de Roma: la ciudad eterna llaman los cristianos, la ciudad imperial, la cuna de la civilización, el bastión de nuestra existencia, exponente de democracia del Imperio o de la República.
Un puerto que levantó el emperador Trajano, y unas fortificaciones diseñadas y construidas en el s.XVI por Miguel Ángel.
Al adentrarte en la ciudad portuaria de Roma te embarga el misterio de una pequeña ciudad a tiro de piedra de Roma, con la que se conecta por ferrocarril.
El amplio y diáfano Paseo Comunale te abre los brazos, que pretencioso desea cohabitar con los visitantes, ofreciéndote en medio del bulevar veladores y asientos dispuestos con coquetería en espaciosas rotondas a lo largo del paseo.
Nos apartamos de la principal avenida, que se prolonga vertical hasta las murallas del puerto por cuyas aceras discurren turistas japoneses sobre todo, desocupados y ociosos, con el propósito de descubrir el reducto más antiguo, más medieval – la Piazza Hebraica- donde ocupamos un banco junto a unos abuelos locales, que nos explicaron la diferencia entre ristorante y trattoría junto con otros pormenores de la plaza, donde todavía ocupan familias de origen judío o judíos actualmente.
Visitar otra vez Roma nos suponía recorrer de nuevo la Vía Apia y volver a realizar un recorrido panorámico por los ultra conocidos monumentos de la antigüedad. Coliseo, Vía Apia, Vaticano, Plaza de España o la Tarta.
En fin, mereció la pena conocer Civitavecchia y regatear precios en las tiendas de moda de la ciudad.
La crisis de artritis en mi dedo del pie derecho se alivió por momento.