
Héroes sin historia o el monaguillo impío.
Pocos días antes de que el sol de Julio se desplomase sobre los tejados, las calles desiertas y la Alameda de la charca de San Roque, Víctor, el de Cristina, se despachaba relatándome que D. José , el maestro de su temprana edad, apenas le enseñó a leer y poco a contar, por lo que lamentaba la desaparición de su esposa, que, en lo relativo a los números y a afrontar el papeleo demostraba mucha habilidad. Sin embargo, aunque en el manejo de los electrodomésticos no se consideraba inútil, y siendo lo dicho cierto, la generosidad de su hermana también le asistía en el planchado y las tareas ordinarias de la casa.
No lo diga muy alto, Víctor, que le pueden salir muchas novias – le dije, intentando ponerle en sobre aviso.
Ja, ja. No lo creo. Además con mis perros me basto. Y, a pesar de haber trabajado desde muy temprana edad, ayudando a su padre con el carro, transportando encargos y cereales por el camino de Mérida, recuerda con indisimulado cariño sus años de monaguillo a las órdenes del cura Reca, al que ya le ha perdonado las “ostias” que le propinaba el clérigo cada vez que se olvidada de repicar o se metía la mano en el bolsillo para darse golpes de pecho durante la misa o, remedaba al celebrante con su peculiar letanía; porque mientras el sacerdote invocaba a Santa Eduvigis y la asamblea contestaba con el consabido Ora pro nobis, Víctor, que no percibía una perra gorda del empresario, a no ser que distrajera alguna del cepillo para pagarse la entrada del cine, repetía con inusual sarcasmo para un niño:
– “Que no eres tan virgen”. Y si se trataba de responder a Santa Teresa…se metía la mano en la faltriquera y contestaba sin arrobo y sin piedad:
-“Padre, me la siento tiesa¡” Y la concurrencia, que se encontraba en la churrería de Juanfra aliviando la larga noche de sofocante calor, se desternillaba de risa con las simpáticas anécdotas del de Cristina. Y, comprobando Víctor el éxito de su gracieta, continuó con aquella letanía de su niñez, cuya jaculatoria solía sacar de sus casillas al padre Reca, como solían llamarle cariñosamente la parroquia, al tiempo que el pube impío se daba golpes de barriga con la mano derecha en el bolsillo, mientras con la mano izquierda sostenía la campanilla que hacía sonar al menor descuido del cura; y a una invocación a S. Mateo, que la greguería respondía con un “Ora pro nobis” al unísono, Víctor respondía:
-¡Sujétamela, que me meo! apartando sus inocentes ojos de la amenazante mirada del párroco, que, por otro lado se mordía el labio inferior para evitar una carcajada, lo que hubiera significado una tamaña irreverencia ante los piadosos fieles…que, sin la menor piedad, el de Cristina continuó regocijando a los veceros de Juanfra con la retahíla de pareados impíos, que, por su resuelta irreverencia hacia el santoral, me permito su reproducción:
-“Santa Rita, no me toques, que me irritas…”
-” San Fermín, no acaricies el pizarrín…”
-” San Cermeño, el que no cree es el dueño…”
-“Santo Cerulo, que te den…”
– “Santo Nicanor, si la soplas, mejor que mejor…” Y la concurrencia no disimulaba la jocosidad que el ingenio de Víctor le proporcionaba, compensando al de Cristina con un abierto aplauso en forma de carcajada desternillante.