By: juanrico

Oct 05 2014

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…La Mont Blanc, que un alarde de generosidad había puesto un día en mis manos, se declaraba en rebeldía a trazar los guarismos y símbolos alfabéticos, cuando otros días solía deslizarse sin pereza por el blanco pergamino de un folio inmaculado, como si pretendiera destrozar la simbología del sueño de Eros, del cual era protagonista el estilete de oro en la coyunda con la azulada tinta que el depósito de cristal almacenaba, también de la misma marca, que la galantería amable de una hija de Afrodita Apamena , me sorprendiera un día ya lejano -oximoron ineludible de un deseo inalcanzable: amar sin amor. Una cópula fructífera de donde brota El Verbo.
Que la caída de la tarde, y el apreciable descenso de la temperatura de aquel tórrido dieciséis de Julio, me permitiera abandonar el ático en la calle Juan Durán y lanzarme sin contemplaciones por la calle Luis Chamizo, y su prolongación los Llanos, cruzando los arrabales de los poetas del 27 – Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Luis Cernuda, García Lorca -que me conduciría a la laguna de S. Roque – a todos los parajes de la localidad los amparan nombres de santos- iba a suponer una necesidad física que mi maltrecho estado griposo iba a agradecer también.
Y de la misma forma que los estudiantes del Hospital Materno de Dublín se precipitaran hasta la taberna Burke con el fin de celebrar la expulsión de la placenta por la parturienta con una sonada borrachera, así mismo me precipitaba, no hacia la taberna de Burke para celebrar el acontecimiento del éxito del parto, sino que procurando la tranquilidad de la brisa que se origina con el rozamiento de las hojas de los álamos, me librara del agobio del pavoroso día… ya por entonces, mi ensimismamiento había abandonado la reunión de los polemistas que debatían en la sala de Horne en el hospital de la Maternidad de Dublín un epítome del transcurso vital, mientras una parturienta se debatía entre la vida y la muerte… y que a tal efecto se habían reunido el depravado Lynch, el extravagante escocés Crothers con sus habituales andrajos de coloridos flamígeros, el excéntrico Costello, y -¡ cómo no!: El polémico Mullagan y el metafísico S. Dédalo…al que denostaban su obstinada perseverancia en argumentos intangibles de la creencia religiosa, con argumentos de ciencia con que el hombre de la calle y el intelectual de ciencia se topaban a cada momento…
…Y sucedió entonces, que una apretada comitiva de mujeres, de doncellas y de madres vírgenes, seguían en ceremoniosa compañía de dos celebrantes al icono de una Virgen del Carmen, en animada tertulia de abanicos y salves, que parecían competir por una recomendación al lado de su Hijo al fin de los tiempos.
Miles de ojos se cruzaron con los míos. Aterido por tantos destellos, desnudé la cabeza al paso de la imagen, por respeto más que por devoción, y conseguí abrirme paso a duras penas entre tan abigarrado enjambre de aquellas almas cándidas.
– Ufff ¡ qué bochorno tan inmaculado, frente a tanta turbamulta !
En la calle Los Llanos y de Luis Chamizo, algunas familias se esforzaban en desmontar los altares en honor a la venerable Señora de los Pescadores del mar y de la tierra.
No todos los cipreses creen en Dios: aunque el barrio del Santo solicitaba piedad a la Virgen del Carmen, y solución a sus problemas acuciantes -de salud y sustento- levantando hornacinas enjaezadas del fresco mastrancho y la verde juncia segados en su honor.
No envidiaban aquellas almas humildes a las rocieras de alcurnia y boato que seguían al cortejo al pie de la Virgen del Carmelo, cantando el Mater Regina a modo de salvoconducto, que las librara del desasosiego eterno, en abierto desafío al monótono y soñoliento arrullo de la diosa coprófoga Úpupa de los celtas, encaramada en la copa de los cipreses, anunciando el tenebroso destino de los hombres -su manjar.