La Chica de Nador: Una noche de lobos (VI)

By: juanrico

Mar 23 2014

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Category: Uncategorized

Focal Length:50mm
ISO:1600
Shutter:1/0 sec
Camera:Canon EOS 400D DIGITAL


Solo tu insistencia en la declamación del romance de “La loba parda” le hacía interrumpir la añoranza de un recuerdo que cada noche se desvanecía en la niebla de una resonancia lejana, que con decidida voluntad en la narración permitía que nuestra imaginación montara las diferentes escenas bucólicas del romance…
Si, si; ahora mismo – nos advertía, mientras clavaba su vivaz pupila en los troncos incandescentes de encina, que poco a poco se convertían en ceniza gris, y terminaban por abrirse en canal sin modificar su primitivo estado de rama feraz. Y levantando su mirada, como si se dirigiera al infinito, comenzó a desgranar uno tras otro la sarta de versos del romance viejo:
“ Estando en la mía choza,
pintando la mía cayada,
altas las cabrillas iban,
y la luna rebajada;
mal barruntan las ovejas,
no paran en la majada.
Vide venir siete lobos
por una oscura cañada.
Venían echando suerte,
cual entrará en la majada;
le tocó a una loba vieja,
patituerta, cana y parda
que tenía los colmillos
como punta de navaja.
A lo largo de la cadencia que proporcionaba la monotonía de los octosílabos, recurrían a tu memoria los gritos de estupor del Cojo, el pastror, a la puerta del cortijo, convocando a tu padre a ahuyentar a la manada de lobos que habían conseguido reventar la redes y cancillas de la majada, y someter al rebaño de ovejas y carneros a una desaforada huida por los cerros y los valles en aquella noche de luna nueva, al tiempo que tu padre iluminaba la oscuridad de la noche con bengalas y disparos de escopeta, mientras los mastines de raza castellana se perdían entre los tojos y carrascos, juncales y y adelfas de los arroyos en persecución de las hambrientas alimañas, emitiendo profundos y lastimeros ladridos. Y ateridos de un miedo frío que recorría tu cuerpo de niño, tu madre te abrazaba entre su regazo sosteniendo en su mano izquierda la llama de luz que el candil de carburo proyectaba sobre la fachada norte de la casa de campo. El pastor, apodado el Cojo, por la pata de palo que soportaba la mitad de su cuerpo, cuyo muñón descansaba sobre una almohadilla de pana negra, de donde salían dos soportes paralelos que terminaban en una traviesa cubierta de pana negra, que el Cojo hábilmente la acomodaba en la axila del brazo derecho. La muleta rudimentaria y tosca mantenía al Cojo en posición erecta y le permitía caminar con cierta destreza, aunque nunca agradeció su suerte de conservar la vida a la providencia; y no faltaban las ocasiones para soltar alguna que otra blasfemia, siempre que su ama no estuviera presente, pues al Chuco le asistía la prudencia de no ejecutar semejantes jaculatorias, conocedor como era de su devoción por el santo rosario. Aunque aquella noche del ataque de los lobos, no pudo contener su rabia y arremetió contra las alimañas del monte, profiriendo dos rudos improperios tan zafios como las bestias que bajaron de la montaña y desparramaron a las reses por aquellos inhóspitos y solitarios cabezos de profundas vaguadas…

Nick Momrik

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