
¡Adiós, amigo!
– “Ha muerto el Chivo” – en su rostro casi se podía adivinar que el Churrero
aguardaba el momento más idóneo para comunicarme el deceso de José
Pozo Montero.
– ” Me lo ha dicho el vendedor de cupones esta mañana” – añadió Juanfra sin
más detalles.
Su información escueta y sin morbidad en sus palabras delataron que Frank
sentía su fallecimiento como si de una persona cercana se tratara. A lo largo
del espacio que duró el desayuno, a Juanfra se le notaba en el rostro la
contrariedad que siempre supone la desaparicición de un paisano simpático
y popular, que frecuentaba la churrería toda vez que se lo permitía la salud.
Ni las tribulacones por las que pasó Fabián, el barbero; ni las vicisitudes por
las que pasaron el maestro republicano y el médico D. Dámaso después de
la guerra civil, pudieron enlucir el mohíno rostro de Juanfra esta mañana gris y
lluviosa en Guareña.
Una nube tenebrosa y gris me embargó al conocer la noticia luctuosa mien-
tras bebía la taza de café y tomaba los suculentos churros de la churreía de
Juanfra, que alguna vez compartíamos apoyados en la barra de la churrería,
mientras que José Pozo soltaba a los corceles del recuerdo, los cuales le
aliviaban de la atribulada trayectoria de su vida.
No hay consuelo para el recuerdo, y menos aún en estos momentos que el
cuerpo de José yace inerte para siempre.
Había cruzado por su calle sobre las 19.15 de ayer tarde, con la esperanza de
volverle a ver, pues aunque el sol se hundía en el horizonte, el color cerúleo
del cielo desparramaba su luz sobre los tejados de Guareña.
¿ Quién podría advertirme que el bueno de José consumía sus últimas horas
entre nosotros? Me sobrecoge el hecho de pensar que bien pudiera haber
fallecido en mi presencia, si hubiera decidido pegar en la puerta del domicilio
para interesarme por su salud, tan dilicada últimamente.
Lamento que ya no puedas leer mis labios ni yo oír tus aventuras. Pero
quiero dedicarte este tiempo, que es tuyo, como muestra de una sincera
aunque corta amistad, a la que supiste acogerte en los momentos más
delicados de tu última etapa.
Fuiste valiente, y por eso, no es el momento de sentir congoja ni desliento.
Día sobre día y momento tras momento nos visita la implacable Parca, a
cuya presencia no acertamos a acostumbrarnos… Así, así sucede desde
inmemoriables tiempos.
La memoria nos entristece, y aviva el recuerdo. Será Vicky, tu fiel amigo, el
que no sufrirá tu recuerdo: aullará hacia el cielo, exigiendo una explicación a
tu eterna ausencia, pero no sabrán sus ojos humedecerse de lágrimas.
Hasta siempre, amigo.