
Afrenta en un entierro
¡ Desvergonzada, hiena carroñera,
Que te cuelgas de sayón,
Te proclamas inquisidor,
Cual siniestro Torquemada!
No vienes, caradura,
A rendir homenaje a un muerto;
Como tú, un día fue vivo;
Te rindes homenaje a tí,
Con tus palabros,
Tío tenebroso, odioso y siniestro.
Tus palabros leen tu perfil,
Que envainas tu cachicuerna,
Cobarde y menesteroso
De piedad, aunque ahíto de mi desprecio:
! Qué valentía !
! Qué modales tienes,
despreciable cabrito,
De proferir improperios ante un muerto!
Tus ofensas no me ofenden,
Me estimulan a sentirte desprecio.
Confiesas que las buenas acciones,
Que las malas artes,
Enterradas quedan para siempre,
Entre las cuatro calles del cementerio:
Porque nadie ha vuelto.
En tu mala fe se guarda tu cobardía
Y como cualquier necio,
de honesto
y recto,
te quieres convertir en genuino modelo;
No te conozco de nada, patético mostrenco,
No me interesas nada, menesteroso mendigo,
De babas eres muy viejo;
Tus palabros rezuman afrenta miserable,
Fracaso y odio añejo;
Si no sacas tu cachicuerna,
cobarde, no lo entiendo;
Pues me sorprende,
Ya que faltas a los muertos
el respeto.
¿ quién te autoriza, apestado adulador,
a recapitular historias que son historias,
De olvidados tiempos
Ante las cenizas y el enterrador,
mentecato personaje,
Sin arrobo,
Delante de tu pueblo?
Si nunca tuviste donde caerte muerto!
Hediondo mamarracho,
Que por tu conducta
Te quieres erigir
En patético modelo,
Al que se hace acompañar
De una vieja, tal vez hetaira, de otros tiempos.