
Mis encuentros con José Pozo Montero
! Nos persigue el destino ¡
Primero en la churrería del Palomar y ahora en el camino de la Manchita. José hace un ademàn de dejarme el paso y se aparta a un lado del camino. Se sorprende al cogerle del codo e invitarle a sentarnos un momento para tomar aliento y un oportuno receso en mi caminata a la laguna. A las 10 h. todavía una apacible brisa acariciaba gratuita mi rostro, un poco sudoroso por el trote ligero al que sometí a mis huesos, que ya protestaban por los años que acumulan…Sus vivarachas pupilas, algo ensombrecidas por la acometida de la rija que perturbaba algo la anatomía de unos ojos, contentos, sin embargo, de haber sido testigos de tantos y tantos avatares.
- Si ella no se hubiera muerto, yo sería uno de los más ricos de este pueblo.
- Ya adivinaba que usted estaba viudo.
- Parece tan feliz, tan dicharachero…
- La sierra, mis cabras…los quesos que sus manos fabricaba, tan buenos. Mejores no los había por estos pueblos…pero…
Siento que José se vuelve algo timorato; sin embargo, yo intento darle palique atizando la natural inclinación a la curiosidad.
-Usted, para su edad, es muy joven y ha debido tener éxito con las mujeres…
José, rebosante de orgullo, me concede una amplia sonrisa de una persona satisfecha.
Y de sopetón me espeta:” mi mujer murió de los nervios”.
- Nadie muere de los nervios
- Ella sí.
- No lo puedo creer.
La lotería. Si la suerte no…seguiríamos con las cabras. No habría empleado el dinero en la huerta. Que tengo una huerta en el camino de Cristina, sabe usted?
-Ya me lo dijo esta mañana en la churrería de Juan Francisco. Que compró con el dinero de la lotería.
-Era tan trabajadora…
-Pero usted parece rebosar de felicidad. Tiene salud. Simpatía. Cuenta más de ochenta años. ¿ Me permite una indiscreción ?
-No contesta, pero en su mirada observo un asentimiento cómplice.
- ¿A qué edad enviudó?
- Murió de los nervios a los treinta y cinco años. Sí. De los nervios. Habíamos estado curando los tomates aquella mañana…
- Maldita mañana, dije, intentando aliviar el peso de su recuerdo.
- Si. Maldita mañana. Sobró la mitad de la botella de la cura y me dijo que se la llevaba a casa… al volver la encontré tendida en la cama y llamé al médico. No pudo hacer nada. Ve usted los nervios.
- Dígame su nombre para dirigirme a usted.
- Me llamo José Pozo Montero, para servirle.
- Encantado, Sr. José. Yo me presento por corresponder al gesto de honradez de José.
- Pero me llaman “ El Chivo”- Pregunte por el mote; la gente me conoce por “El Chivo”
- ¿Y por qué “Chivo”?
- Maté un chivo y de ahí me quedé con él.
- Siempre con zorras, jabalíes y cuervos y le llaman “El Chivo”. Hay que amolarse con la gente.
José había cogido el filón de la sinceridad como alivio a sus cuitas y me volvió a repetir, al observarme incrédulo, que los nervios se heredan.
- Mire usted- siempre con exquisita educación natural, se dirigía a mí- tengo una hija que se tiró de un tercero aquí en el pueblo.
-…no se mató, pero se hizo trizas los huesos, y hoy está bien; y tiene dos hijos de veinticinco y veintisiete.
- Verá usted, José, que cuando se casen y tengan hijos, a su madre le servirá de mucha ayuda y los nervios no la matarán.
- La vida está muy mala. Los jóvenes de ahora no son como nosotros. La droga, el alcohol, las … -no permitió su extremada delicadeza proseguir. Adiviné que se debía al respeto por su hija y su difunta esposa.
Terció de tema y recordaba en voz alta que las zorras cuando quería atacar al gallinero o al rebaño para llevarse un cabrito, una aullaba por un lado para distraer a los perros; mientras otra, agazapada junto a la majada, esperaba el momento oportuno para saltar sobre el pequeño cabrito, más indefenso…
-Usted, José conoce muy bien a las zorras. Y abusando de su generosa confianza le sorprendo con atrevido descaro…
-Para usted, ¿ qué zorras son más malas,las de dos o de cuatro patas?
-las de dos patas saben engañar mejor.
Sorprendido por tan sesuda respuesta, siento necesidad de desviar el embarazoso tema y me centro en los perros que acompañan a José…
-Este parece enfermo. Aquel está mejor cuidado,José.
_Este es muy viejo; el calor no lo soporta y cuando está cansado me deja sólo y se va a casa. Esta es hembra y más joven
- ya veo que quiere juguetear con éste.
- No se preocupe no muerde
Le acaricio la testuz y compruebo que es un perro bien educado y falto de caricias, tal vez. Mientras la perra , de pelo largo limpio y blanco, muy parecido al huski, aunque de pelo más largo y sedoso, intenta provocar los ya avejentados instintos caninos de Víctor, que así lo llamaba José, de tono parduzco, muy en consonancia con un pastor alemán, degradado, de raza incierta, que parecía no entrar al trapo como si quisiera no evidenciar su debilidad natural procreadora, tan exuberante en sus años de juventud. Mi predilección por Victor no obedecía a la inclinación natural por lo bello. Casi José y su acompañante anónimo apreciaban en mis caricias a Víctor, una muestra solidaria con el envejecimiento irreparable de la vida.
-Este ha tirado el dinero como le ha dado la gana, punteando al acompañante, triste y macilento de color pajizo, al que la parca, inmisericorde, parece querer arrancar los pocos anclajes de su vida, que su mirada denuncia cansada y atribulada por los años.
-Tú si que has derrochado en putas y bebidas, se defendió el acompañante.
-Algún alivio se habrá tomado en tan largo período de viudedad -advertí en su defensa.
-Cuando mi padre me encomendaba la venta de chivos en Mérida, sí solía distraer unos cuantos duros y… ya sabe… que todo no va ser trabajar y trabajar.
José, el Chivo, desprendía por todos sus poros felicidad, sosiego y sabiduría que armonizaba envidiablemente el sentimiento humano de los contratiempos del discurrir agónico con los momentos de ternura y comunicación social. Dispuesto a contribuir a despertar su vanidad del conocimiento y el medio natural, que despertaba recelos del compañero de banco, me dispuse a continuar con peroratas en el más noble de mis intenciones.Y advirtiendo que Paloma, la perra coqueta y provocadora, continuaba soliviantando la quietud del guerrero que fue en su día Víctor, hice observar a José y su acompañante la inquietud que la hembra recrea en el macho.
– lo mismo pasa en los matrimonios.