
Desde la ciudad alegre y jaranera, al placer de las vacaciones en Malpartida (…)
Vencía mi entereza moral aquellas insinuaciones tuyas sobre las invitaciones de la mesonera a ofrecernos su generosidad de ocupar el tálamo, que en otros tiempos Trajo a su memoria el primer escenario de lujuria, momentos en que de rodillas al borde de la cama se asía a su bálano, que, erguido de pujante dureza y contusionante movimiento atraía sin el menor reparo la invitación de su irreprimible humedad en sus carnosos labios”
-“solamente rememorar aquellos irrepetibles momentos en estos dos jóvenes apasionados podría reverdecer los inolvidables resonancias de lujuria…” – parecía leer en su pensamiento los deseos marchitos ya por el tiempo, en la recóndita nostalgia de la mesonera, los deseos de Granada.
Como si hubiera adivinado mis deseos que no eran otros que los suyos, como una célula reflejo, llevando sus dos manos a subir su falda de punto más allá de los límites que la castidad requería, me acercó con su derecha a acariciar la fuente húmeda de su irrefrenable deseo…
– Por mi, no os preocupéis, aunque no os puedo acompañar… la soledad será vuestro mejor testigo en estos momentos. Ya me llaman los clientes desde el tercer cuerpo de casa, que, por no acompañar el tiempo, prefieren contar chismes y chascarrillos unos y otros, verdaderos y falsos a media, a los que suelen dar vida atribuyéndoles nombres o motes inventados o verdaderos, que a nadie molestan, al tiempo que apuran el “morapio” del vino de La bodega Dávila de Esparragosa.





