
De la ciudad alegre y jaranera, a la ciudad gris del saber y la cultura ( IV-L) cont.
“ estar a tu lado, en una camillita, entre la ventana que daba a la calle, sin cortinas ni persianas, y aquella cama de matrimonio cubierta con una colcha de raso azul, de una viuda que había perdido a su marido, que nadie sabía o no quería airear, puede que hiciera años, tantos años como por lo menos tantos como la edad de su único hijo, mayor que tú, de la edad de Manolo, aquel novio de tu pueblo, que vivía en Córdoba, y trapicheaba en el comercio del jamón, al que las jóvenes de mi edad admiraban, no sólo por la motocicleta de alta cilindrada, sino por ser un hombre maduro, de envidiable atractivo, y de solvencia, que solía ser generoso con las chicas que le atraían, y no ponían reparos a posar los codos en las barras de los bares, aunque estuvieran ocupadas de hombres, ahítos de hembras. A pesar de haber observado a Adela, que, con su mirada nos invitaban a hacer uso del lecho, si la tentación nos vencía…aunque, a la hora de darme por vencida por la tentación, el batiburrillo que la algarabía que los clientes levantaban sobre temas inocuos, sobre la caza de la perdiz, de la liebre, la cosecha de uvas, y las inanes chismes sobre mujeres ligeras y hombres audaces, que en las noches de plenilunio solían visitar a sus favoritas, lejos de la sospecha de sus respectivas señoras decentes; sin embargo, no te recatabas siquiera de la mesonera, cuando se presentaba con los dos quintos, y las aceitunas rajadas de la cosecha en una especie de bandeja, y me magreabas mis pechos con irrefrenable acometida, que yo sin disimularlo percibía la humedad del placer… que sólo los consejos de confesor, el jesuita padre Linde te refrenaba los impulsos…”





